Si uno desea viajar, elige un
medio de transporte adecuando dependiendo del lugar a ser visitado. Es así que,
dependiendo de la distancia, podemos abordar un bus, un automóvil, un avión, o
inclusive, en algunos casos hasta sea necesario un tren. Sin embargo, si
deseamos visitar un lugar verdaderamente lejano, separados no solo del espacio
sino del tiempo, como lo dijo Emily Dickinson, “no hay mejor nave que un
libro."
Hoy presentamos a Hernandarias, una
lujosa nave, de 181 páginas, cuya constructora, Irina Rafols, ha invertido
cinco años de minuciosa investigación. Como esta nave no es solo un libro de
historia, para que su experiencia de viaje sea verdaderamente placentera, la
autora, combinó su celosa investigación con una pizca de prolífica imaginación,
sensaciones, sonidos, aromas y costumbres, por lo que garantizamos que su
traslado al siglo XVII, será verdaderamente placentero y, como ocurre casi al
final de todo viaje, usted no deseará regresar, o en este caso, querrá negarse
a dar vuelta la última página.
De la mano de Irina, usted descubrirá
a un Hernandarias distinto al de las lecciones de historia. Conocerá a un Hernandarias
de carne y huesos con sus con aciertos, desiertos, pasiones, y su férrea
lealtad para con sus amigos y en especial para con la corona de España.
Al principio de este viaje
encontraremos a Hernandarias, Hernán para los viajeros de esta nave, en
Misiones, específicamente a la misión de San Ignacio Guazú, pero no en las
ruinas que todos conocemos, si no en la imponente reducción jesuita cuyos
clérigos, cumplen con la tarea de cristianizar a sus vecinos guaraníes y guaicurúes,
habitantes originarios de la casi indómita selva, ahora disputada por españoles
y lusitanos, garras distintas de una misma ave bicéfala. Es en este punto donde Irina nos llevará a un
privilegiado sitial en donde veremos a los clérigos, tratando de borrar del
disco duro de los originarios su cosmogonía, cultura y costumbres ancestrales
(satanizando algunas de ellas como la de beber mate) y regrabando en su lugar
la suya propia y, sobre todo, enseñando la existencia de un Dios distinto que
los suyos, pero ofreciéndoles a cambio el conocimiento de una manera distinta
de arte y música. También veremos a los españoles, soldados y encomenderos,
muchos de los cuales, a pesar de las disposiciones del lejano monarca español o
incluso del virrey en Lima, ven a los originarios como bestias de carga e
incluso, si es necesario, moneda de pago. Por último, observaremos como hacen
su aparición los bandeirantes, esos extraños comerciantes del territorio el
Brasil, transformados en salvajes piratas terrestres, que, a sangre y fuego, y sin
dar nada a cambio destruyen, saquean y esclavizan a los impotentes originarios
sin importar si estos habitan en los montes o las misiones jesuitas.
En este vertiginoso y atrapante viaje, también
están presentes, como inevitables caras de una misma moneda, el odio y el
romance, y como partes e este delicioso entramado, las intrigas, avaricia y
corrupción que como afiladas hachas tratan de derribar al inquebrantable
quebracho representado por aquel hidalgo, hijo de estas tierras, llamado
Hernando Arias e Saavedra conocido por todos como Hernandarias y por nosotros,
los lectores e esta nave, como Hernán.
Antes de despedirme recuerdo las
palabras de José Vasconcelos que dijo: "Un libro, como un viaje, se
comienza con inquietud y se termina con melancolía." Tal vez la melancolía
producida en cada uno de los viajeros-lectores de “Hernandarias” logre que
Irina construya otra nave para proseguir junto con Hernán este maravilloso
viaje a nuestro pasado y así conocernos un poco más a nosotros mismos.
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