Siglo XX,
Cambalache, problemático y febril, dice la letra de un tango haciendo referencia a un siglo
que realmente destrozó todo lo preconcebido antes de su comienzo, tanto en lo
material, ideológico como en lo filosófico.
Ni bien
empezó el siglo XX, la primera guerra mundial, sacudió el tablero de las
naciones europeas dejando detrás de sí, muerte, hambre, desolación, pestes y
pobreza. Rusia, no estuvo ajena a estas calamidades ahondadas por un fermento
que creció en una amalgama de desgracias y malas decisiones del Zar, que
terminaron dividiendo al gran imperio ruso entre los institucionalistas,
seguidores del Zar, los blancos, y los rojos. Lamentablemente, estos últimos, se
hicieron con el poder y los blancos, sabiendo del destino del Zar, su familia y
el de otros tantos, se vieron obligados abandonar a la madre Rusia solamente
con lo puesto. Entre aquellos exiliados se encontraba el general Ivan Belaieff.
Geógrafo,
antropólogo, lingüista, y oficial zarista, condecorado con la orden de San
Jorge durante la 1 guerra mundial, teniendo conocimiento que el presidente Eligio Ayala estaba
buscando especialistas que ayudaran al desarrollo del país, luego de un breve
paso por Estambul y Alejandría, llego a Paraguay y comenzó a convocar a sus
camaradas a sumarse a la causa paraguaya. Entre los muchos compatriotas que
respondieron a esta convocatoria se encontraban entre otros, Tala Ern, Stephan
Vysokolan, Boris Frey, Sergio Kern, Boris Kasianoff, Basili Serebriacoff y Alejandro von Eckstein,
autor de Pitiantuta, la chispa que encendió la hoguera en el chaco Paraguayo.
Desde
pequeño, escuche de parte de mi abuelo, gran narrador y ferviente admirador de
su hermano, aquellas historias del descubrimiento de una gigantesca laguna en
el lejano y misterioso Paraguay. Historias donde el tío Sasha, así lo llamábamos en casa,
acompañando al general Belaieff, a Basili Serebriakoff y el teniente Saguier,
rodeados de selva, perseguidos por jabalíes y feroces aborígenes, alimentaban
mi imaginación llegándolos a comparar con los protagonistas de la novela de
Henrry Hagard, Las minas del rey Salomón.
El tiempo
pasó, y el destino me trajo a vivir a Paraguay, y por breves meses en la casa
del tío, quien no perdía la oportunidad en volver a contarme aquellas historias
de fuego y selva. La idea de que aquellas narraciones debían quedar plasmadas
en un libro, siempre estuvo presente en mi mente. Sin embargo, el tío no era
alguien que gustara de quedarse horas y horas detrás de un teclado. Él era un
hombre de acción, un deportista hasta el último aliento. A pesar de aquello un
día la “orden superior” llegó y, como a otros excombatientes, una tarde, en el
Club Sajonia, Stroessner, le “INDICO”, que escriba sus memorias sobre
Pitiantuta, ya que en aquella época él era el último sobreviviente de la expedición.
Y así fue, como en el viejo edificio del estado mayor, el aguerrido y
octogenario coronel comenzó a escribir Pitiantuta, la chispa que encendió la
hoguera en el chaco Paraguayo, y el mediodía del 9 de mayo de 1987, orgulloso
de una nueva misión cumplida, el tío Sasha me obsequio su libro. Hoy 33 años
después tengo el honor de presentar la segunda edición.
Con lenguaje simple pero con el mismo entusiasmo con el que vivió aquellos acontecimientos Alejandro von Eckstein, lleva al lector a aquella aventura verde en la cual se podrá conocer de primera mano las penurias, tristezas, alegrías, temores…, romance, en fin, todos los elementos para disfrutar de una aventura casi olvidada de la historia del Paraguay.
Es posible
que hayan quedado detalles en el tintero, historias que solo los protagonistas
y el espíritu de aquella gran laguna rebosante de aves multicolores carentes de
temor al hombre, guarden para siempre.
Lo que sí estoy convencido, es que este libro es un legado que nos
ayudará a conocer nuestras raíces, nuestra historia. También, que los rusos de
los acontecimientos narrados, como todos sus compatriotas, que dejaron sus
vidas, su conocimiento y su arte en estas tierras, deben ser recordados por su
aporte al engrandecimiento de la nación paraguaya y no como nombres extraños de
calles de Asunción.
Es nuestra
obligación conocer nuestra historia, ya que pueblo que desprecia o desconoce su
historia, jamás entenderá su presente y mucho menos podrá proyectarse a un
futuro venturoso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario