Cuando se lee un libro, de esos
que atrapan desde el primer renglón, uno suele identificarse con alguno de los
personajes haciendo que este cobre vida. Hasta podría decirse que ese personaje
se siente tan, tan real que hasta da ganas invitarlo a tomar una taza de té y discutir
tal o cual acción tomada en su paso por aquel mundo imaginario en el que
fue colocado por el autor. Es así que existen lectores que se enojan con el creador de una obra porque tal
o cual personaje actuó de un modo o dejo de hacer tal o cual cosa.
Entonces uno se pregunta ¿De
donde surgen esos personajes entrañables? ¿Acaso el escritor los saca de alguna
galera y los introduce con un pase mágico en el texto?
Lamentablemente, para el desánimo
de muchos, esto no es así. Los personajes surgen de la observación que, día
a día, el autor hace de su entorno. Un portero atento, un taxista argel, un
hijo, una hermana del corazón, una amiga, un amor imposible mezclado con la figura
escultural de otra persona, incluso el mismo autor, son las bases, que dan vida a esos entrañables personajes como Cirano
de Bergerac, el Principito, Sinuhe el egipcio, Sandokan, y Perci Jackson, entre otros.
Observar y escuchar al mundo que
nos rodea son las bases y las herramientas para poder, de forma segura, tomar
nuestros sentimientos, vivencias y opiniones y transformarlas en historias
ficticias... o no tanto.
Es por eso que agradezco de todo
corazón a todos aquellos seres que me permitieron captar su esencia y con esta darles
el alma a mis personajes. También, porque no hay que dejarlos de lado, agradezco
a todos a aquellos sin los cuales los villanos de mis novelas no lo serian
tanto.
En fin, bondad y maldad, envidia y lealtad, rico y pobre, siempre estuvieron en toda época y
parte del mundo, sólo hay que saber observar, escuchar, “rumiar” y un personaje estará listo para vivir, para y
con el lector, una nueva aventura.
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