Hoy, a las 5:55, complete mi órbita 53 alrededor del sol, vuelta que nadie duda que fue bien atípica, con sombras pero también con mucha luz. Si bien este año se caracterizo por dejarme 7 meses dentro de casa, tratando de evitar al “personaje coronado” del momento el cual finalmente pudo penetrar mis defensas, no todo fue malo.
Si bien este año fue un año “frío”, exento de besos y abrazos, que tanta falta nos hacen, también, fue un año que me dio la oportunidad, gracias al encierro, de hacer muchas cosas que había postergado ”para cuando haya tiempo”, entre ellas: pintar paredes y lustrar muebles, ordenar armarios, hornear pan y cocinar varios platillos que nunca me había animado, escribir dos novelas y publicar una de ellas, escribir algunos cuentos, entre otras actividades que, como dije, debo agradecer a este encierro del que no me puedo quejar, salvo que a pesar de realizarlo con muchísimo “cuidado sanitario”, este cuidado, igualmente fue insuficiente para evitar caer en las estadísticas mundiales sobre los que salieron airosos después de enfrentarse al coronavirus.
Un año distinto, en el cual pude comprobar el sacrificado trabajo de muchos seres “invisibles” que yendo más allá de sus fuerzas, dan todo de sí para que uno se sienta mejor. Si, hablo de los recientemente conocidos “personales de blanco”. Y digo “recientemente conocidos” porque a pesar que siempre estuvieron ahí para mitigar el dolor, tuvimos que enfrentarnos a una pandemia para tenerlos en cuenta y valorar su titánico trabajo, en el cual dejan todo de si, incluyendo en muchos casos su salud e inclusive su vida.
Un año que abrió una nueva ventana, que si bien existe hace años, se abrió gracias al encierro mundial forzoso: la “virtualidad”. Ventana al mundo que no conoce límites y permite, sin viajar, derribar fronteras y compartir con personas de otros países. Gracias a esta ventana pude participar de “encuentros con el autor”, no solo con niños de Paraguay, sino que también con niños de Costa Rica, quienes se divirtieron con las locuras de Drilo y charlaron con migo a pesar de la distancia. También, esa misma virtualidad, me permitió presentar mi novela 14, libro 19, “De Pitiantuta a Vilcabamba” en la feria del libro encarnacena y también ser invitado al programa televisivo “Café Nacional”, transmitido por la televisión publica costarricense, y poder leer un cuento que escribí para esa oportunidad.
Como dije, un año con más luces que las sombras de las dos primeras internaciones en mi vida (piedra en el riñón y coronavirus). Un año repleto de experiencias positivas que servirán como cimiento para comenzar con ímpetu esta nueva vuelta alrededor del sol.
La vuelta 54 ya está girando y pinta muy bien
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