Los rayos del
sol caían con fuerza sobre el mercado donde centenares de casillas, construidas en su mayoría con chapas
de zinc se apiñaban sobre veredas y gran parte de las calles transformadas en
estrechos senderos de asfalto a punto de derretirse. El aire, mezcla hirviente de los olores de
restos orgánicos en putrefacción y agua servida, era casi irrespirable y
producía una sofocante y sensación de quemazón en la garganta y pulmones al
inspirarlo.
Salvo los
ómnibus y algunos automóviles de lujo
que pasaban por la gran avenida, que
dividía al mercado en dos, pocos se atrevían a aventurarse a recorrer aquel
lugar.
-
Abel, ¿Estas loco? ¿Acaso
pretendes morir de insolación?- dijo doña Nicasia a aquel hombre, de cuarenta
años, desalineado y totalmente empapado en sudor que llevaba sobre su
carretilla una decena de cajas de naranjas apiladas.
-
¿Morir?... ¡mal no me
vendría!-dijo con amargura el hombre mientras descargaba uno de los cajones y
lo colocaba sobre el improvisado mostrador hecho con tablas y caballetes.
-
No llame a la muerte que ella
puede oírlo y venir a buscarlo -dijo la rolliza mujer, luego de sacar de entre
sus pechos un rollo de billetes y abonarle por la mercadería.
Abel no
respondió. Se limitó a hacer un remedo de forzada sonrisa, contó el dinero, lo
colocó en su bolsillo y prosiguió su camino por la despareja vereda cubierta,
en parte, por restos de baldosas y cascotes.
-
Mi mala suerte es tan grande
que ni la muerte desea acercarse a mí- se compadeció a si mismo para sus
adentros- ¿Quién diría que llegaría a esto? Hace diez años lo tenía todo y
ahora estoy vendiendo cajas de naranjas bajo este sol infernal.
Un bocinazo
seguido de una frenada brusca y el ruido de metal y madera al golpearse
bruscamente lo sacaron de su ensimismamiento.
-
Es lo que siempre digo, sólo
la desgracia me persigue –dijo mirando su carretilla destruida y las naranjas
desparramadas y aplastadas contra el calcinante asfaltó de la avenida por los
automóviles que pasaban raudamente sin siquiera detenerse a mirar.
-
Bueno, no hay nada que hacer.
Aquí se acabó mi día… y mi trabajo.
Subió al
primer autobús que paró junto a él, percatándose que llevaba solamente un par
de pasajeros, a pesar de que a esa hora debería estar repleto.
-
Hasta la Terminal por favor.
-
¿Está seguro?... ¿Usted sabe
donde queda la última parada de este transporte?
-
Me da lo mismo. Nadie me
espera en ningún lado de este mundo… cualquier lugar es bueno…y más lejos
mejor.
-
Está bien… pero no tengo para
darle su vuelto así que siéntese detrás mió y cuando vea que tengo para su
vuelto me avisa.
Abel obedeció
al conductor y se quedó contemplándolo por varios minutos por el espejo.
De edad
indefinible y blancos cabellos, el conductor, era tan delgado que casi podían
verse sus huesos. Pero lo más llamativo de aquel hombre eran sus profundos y
negros ojos, carentes de expresión.
-
Por lo visto conoce bien las
calles, hasta ahora no he sentido ninguno de los baches que las hacen casi
intransitables-dijo Abel al extraño conductor intentando entablar conversación.
-
Así es…hace mucho tiempo,
mucho antes de que estas existieran como tales.
-
¿Y no se aburre?
-
Es el trabajo que se me
asignó… aunque le mentiría si le dijera que no me molesta que las personas, a
pesar de temerme, igualmente desean viajar con migo cuando no es su hora.
-
Disculpe…no comprendo… ¿qué
quiere decir?
El conductor
no respondió y siguió su camino con la vista al frente.
Una cuadra
después se detuvo para que abordaran dos mujeres, un perro y a un gato quienes
se acomodaron en el fondo del vehiculo junto a los otros pasajeros.
-
¿No esta prohibido
transportar animales en este servicio publico?- preguntó el sorprendido Abel en
voz baja.
-
No se preocupe estoy seguro
que a ninguno de los pasajeros les molesta además si yo no los llevo ¿Quién lo
hará?...
El vehiculo
siguió su errante recorrido por la ciudad hasta que uno de los pasajeros dijo:
-
Deténgase por favor ahí esta
mi hermano.
El conductor
miró su reloj y se detuvo abriendo la puerta del vehiculo para dejar subir al
nuevo pasajero diciéndole:
-
Pase don Felipe, siéntese
junto a su hermano. Estoy seguro que tienen mucho de que hablar.
El anciano
sonrió y se acomodó junto a su hermano.
Abel observó
con tristeza la escena. Ya ni recordaba la última vez que habló con su hermano
con quien había peleado… y lo peor que no recordaba el motivo.
-
Disculpe mi
impertinencia-dijo el conductor- pero lo noto triste y amargado ¿Cuál es su
problema?
-
De unos años para acá el
fracaso y la tristeza me persiguen y por más que lo intento me hundo cada vez
más hondo en un abismo sin fondo. Todo me sale mal, todos me dan la espalda, mi
vida es un asco. Fíjese, es tanta mi desgracia que recién me atropello un
vehiculo y en vez de matarme sólo destruyo mi herramienta de trabajo y
mercaderías.
-
¿Nunca se ha planteado que es
su actitud la que lo lleva a ser rechazado por la gente y que su pesimismo es
el que atrae a su desgracia? Tal vez si cambia de actitud…
-
Le agradezco sus palabras
pero no me creo eso de los libros de autoayuda. No son más que auto ayuda para
los bolsillos del autor.
Para que sepa, mi vida no siempre fue así. Lo tenía todo y de
pronto todo cambió. Si eso de que los pensamientos positivos atraen a la “buena
onda” y el dinero nunca hubiera llegado a la situación actual. Sólo la muerte
podría sacarme de esta miserable vida.
El chofer frenó abruptamente se desabrocho su
cinturón de seguridad y abriendo la puerta dijo:
-
A riesgo de perderlo como
pasajero le enseñare algo. Acompáñeme:
-
Pero…¿Está loco? ¿Dejara a
todos los pasajeros esperando?
-
Estoy seguro que no se
enojarán - dijo el anciano levantando al atónito Abel de su asiento y
conduciéndolo fuera del vehiculo.
El conductor,
tomó de su bolsillo un manojo de llaves y con gran destreza abrió la puerta de
la vivienda frente a la cual se había detenido el ómnibus y, una vez dentro,
empujó a Abel a la cocina vacía donde se hallaba una mujer preparando el
almuerzo.
-
Ya casi estoy lista para
partir. Déjeme terminar de cocinar este guiso-dijo la mujer al ver al chofer.
-
No te preocupes Julia yo lo
terminaré. Ve con los otros pasajeros y acomódate en el ómnibus.
-
¿Este guapo vendrá con
nosotros hasta la terminal?
-
Tal vez…
-
Es una pena, es tan joven…Pero
bueno… apúrense con el guiso y no me desordenen la cocina. No quiero que mis parientes
encuentren la cocina sucia- dijo la mujer cerrando la puerta detrás de ella.
-
Prueba ese trozo de carne-
ordenó el chofer.
-
Pero está cruda, al igual que
las demás legumbres.
-
Tienes razón, su gusto no es
agradable al paladar- dijo el chofer poniendo una olla sobre el fuego- ¿Tienes
hambre?...
-
No he comido en dos
días…pero… y los pasajeros…
-
Ellos pueden esperar, además
llegaremos a la terminal a la hora señalada.
-
No quiero que por mi culpa
usted conduzca alocadamente y fuera de la velocidad permitida. Podría causar un
accidente y hasta morir sus pasajeros. ¡Usted mismo podría hacerlo!
Me extraña que
hable así un valiente que llama continuamente a la muerte- dijo el conductor
mientras arrojaba las legumbres sobre la carne que comenzaba a dorarse en el
fondo de la olla- ¿Has escuchado hablar de Hermes?
-
Sí, voté por el en las
ultimas elecciones.
-
No me refiero al político-rió
el conductor- sino al de la mitología griega, aquel que guiaba a las almas de
los muertos hacia el submundo y se creía que poseía poderes mágicos sobre el
sueño.
-
¿O sea que era el dios de la
muerte?
-
No era un dios, aunque se ha
hecho creer a la gente que lo era, al igual que Anubis en la mitología egipcia.
Yo prefiero decir que eran los conductores de la barca que llevaba a los seres
de una orilla a otra, de un estado a otro, del lugar donde lo encontró el fin
de su existencia terrena a su próximo destino.
Hace bien en pesar como lo hace, después de todo, el temerle a la
muerte sería como temerle al conductor de un autobús… Mmm, este guiso quedará
sabroso- dijo el chofer agregando un poco de sal al preparado que bullía en la
olla de la que emanaba un delicioso aroma.
-
Disculpe… pero… recordé que…
debía encontrarme con un amigo aquí cerca- hablo con voz temerosa Abel.
-
Pensé que dijo que no tenia a
nadie en este mundo…No se preocupe…esto terminará pronto- respondió el conducto
tomando del cajón un cuchillo de cocina de grandes dimensiones.
-
¿Qué…que va ha hacer…con ese
cuchillo?-pregunto Abel tembloroso.
-
Cortar el apio... ¿o prefiere
el perejil? No hay nada mejor para agregarle un toque especial a este guiso.
Vaya siéntese a la mesa que lo serviré en un par de minutos.
Abel obedeció
sin decir palabra. Estaba aterrado por la actitud de aquel extraño personaje.
El frió sudor recorría todo su cuerpo.
-
Un poema, delicioso-dijo el
conductor mientras servia con un cucharón de madera el apetitoso potaje- Aquí
tiene coma, coma.
Aprensivo,
Abel espero a que el chofer comenzara a comer para hacerlo él.
-
Sabroso ¿no le parece?
-
En realidad no he comido un
guiso como este en años.
-
La vida es como este guiso-
dijo el conductor limpiándose la boca con una servilleta de papel- Nadie quiere
comer carne y verdura sin cocinar, pero se chupan los dedos luego de que estos
pasaron por unos minutos de cocción.
Así como las verduras y carne de este guiso tuvieron que pasar por
el aceite y agua hirvientes para poder transformarse en este delicioso
estofado, lo que usted y muchos piensan son golpes injustos de la vida, como
por ejemplo, desgracias, perder un empleo o a algún ser querido, no son más que
catalizadores o oportunidades, que una vez superadas, harán que se saque lo
mejor de la persona, preparándola para los próximos desafíos.
Lamentablemente, como usted, la mayoría de las personas al auto
compadecerse en vez de ver estos escollos como una oportunidad, lo único que hacen
es deprimirse y auto compadecerse, entrando así en una espiral negativa de la
cual cada vez es más difícil salir.
-
Tiene razón… pero…
-
Le daré un consejo amigo-dijo
el sonriente conductor- saque de su vocabulario las justificaciones, el “si
pero” y el “no porque” deben ser erradicados. Nunca piense que algo será
imposible, porque al pensar así desde el vamos así será. Confié en su familia y
en quienes lo aprecian, desestime las rencillas banales. Y por último
focalícese en sus proyectos, sus anhelos y deséelos con toda su alma; con su
corazón; con su mente; con fe en su Dios y de seguro lo logrará.
-
Es una pena que no lo
encontré hace algunos años atrás…-suspiro Abel.
-
¿No me ha prestado
atención?-inquirió con el ceño fruncido el chofer-¿Quiere seguir por este
camino o desea vivir la vida que usted se merece?
-
¡Deseo vivir!
-
Eso era lo que quería
escuchar… y quiere decir que no seguirá viaje en mi bus. En unos días retornará
a su hogar-dijo el conductor satisfecho, levantándose de la mesa y dirigiéndose
a la salida- Mis pasajeros aguardan debo irme.
-
Muchas gracias por sus palabras… y su guiso. Como
usted dijo, es hora de desandar mis pasos y retomar el camino perdido… Pero
dígame ¿Volveré a verlo?
-
Seguro…dentro de algunos
años.
-
¿Puedo hacerle una pregunta?
¿Cuál es su nombre?
El anciano
sonrió y dijo:
-
Me han puesto tantos nombres
que ya ni me acuerdo como me llamo… pero tú sabes quien soy.
El chofer cerró
la puerta y Abel fue envuelto por un torrente de luz que lo hizo caer a
velocidad vertiginosa, mientras a lo lejos percibía, cada vez más fuerte,
sirenas y gritos de personas.
Un agudo y
electrizante dolor en el pecho hizo que abriera los ojos.
-
¡Lo tenemos devuelta!-dijo un
paramédico que llevaba en las manos los electrodos de un cardiodesfibrilador-
Tranquilícese señor…fue arrollado por un automóvil y lo estamos llevando al hospital…
¿Cómo se siente?
-
Vivo, y feliz de estarlo.
¡Tengo tanto por hacer!- respondió Abel sacándose la mascarilla de oxigeno que cubría
su boca y nariz.
-
Tranquilícese, no se agite,
estuvimos apunto de perderlo. Ha tenido mucha suerte. Al parecer la muerte no
quiso venir junto a usted esta vez.
me encantó Ale!!!
ResponderBorrar:D
te envio un gran abrazo
Myli
Gracias Myli
BorrarExcelente Alejandro. Ilusión y realidad al estilo Borges y Cortázar.
ResponderBorrarParece que nuestras musas son parientes jejejeje
BorrarE S P E C T A C U L A R!!!! Ale, creo que es hora de que esa antología de cuentos vea la luz!
ResponderBorrarY si Cintia, creo que la verá pronto. Faltarian unos cuatro cuentos mas o menos... y alguna editorial que quiera publicarlos.
BorrarAlejandro,gracias por tu visita,amigo.
ResponderBorrarTu cuento es una maravilla.Efectivamente no debemos compadecernos nunca,porque las circunstancias son lecciones,que nos prueban,nos fortalecen y nos templan para seguir adelante...El protagonista de tu historia tuvo
mucha suerte,porque la muerte le hizo recapacitar y valorar la vida...La vida nos dá su toque de atención para cambiar la actitud...El supo entender ese toque.
Mi felicitación y mi abrazo inmenso por tu mensaje positivo,amigo.
M.Jesús
Gracias por tu alentador comentario y por visitar esta cibercasa.
BorrarHola ALEJANDRO
ResponderBorrarQue bello cuento, además con mucha reflexión de por medio.
Estoy segura que su lectura ayudará a quien viva situaciones parecidas. Pues sí,a publicarlos y cuantas más personas los lean podrán despertar de ese letargo en el que a veces se sumergen sin saber que hacer. Me encantó leerte.
un abrazo
Gracias Rosa por visitar esta cibercasa...y si, la mision que tenemos los que escribimos es transformar nuestros sentimientos, vivencias y experiencias al servicio del que nos lee.
BorrarUn ciberabrazo de luz para vos.
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