Imagen de la red |
La noche se había cerrado sobre
mí hacia mucho tiempo y la persistente lluvia disimulaba las lágrimas que
rodaban copiosamente sobre mis mejillas.
Cada vez que me parecía verlo, a
lo lejos, un asfixiante dolor me oprimía el pecho, me aplastaba como a una
cucaracha, como a un ser insignificante, arrastrándome a un abismo que
aumentaba su profundidad cuando, luego de fijar la vista, la realidad me hacia
ver que no estaba ahí, que no era más que mi imaginación, mi infinito deseo de
verlo nuevamente y pedirle que esta vez me lleve con él.
-¿Por qué me mentiste? Dijiste
que siempre estarías junto a mi, que siempre sería tu pequeña… ¡Me
engañaste!... ¡Cómo todos!- grite internamente.
Mojada hasta los huesos llegué al
edificio de departamentos donde vivo.
Cruce el vestíbulo como una
sombra errante, sin siquiera llamar la atención del conserje que bostezaba
sobre el ajado diario matutino.
Subí a mi departamento y como
autómata me dirigí al baño, llene la bañera con agua tibia, me desvestí,
dejando la ropa tirada en el piso y me introduje deslizándome lentamente en
aquel liquido y tibio refugio, exhausta de luchar contra mis desgracias…
- Hasta acá llegue, ya no puedo
más- murmure.
Y toqué fondo.
- ¿Tarada, no te cansas de darte
lastima?- increpó una enérgica voz femenina desde el living.
- ¿Quién esta ahí?- pregunte
incorporándome sorprendida, ya que creía estar sola y haber cerrado la puerta
con llave al entrar.
Salí de la tina, me puse mi vieja
bata azul y me dirigí al lugar de donde provenía aquella voz.
-¿Quien es usted? - pregunté a la mujer que
sentada en el sofá, dándome la espalda, tomaba placidamente una copa de vino.
- ¡Silvina, Silvina! No me extraña que no me
reconozcas. Tu vida es un asco… y tu departamento… por favor. ¡Qué desastre!
Casi me siento sobre los restos de una hamburguesa de vaya a saber cuando
–respondió la mujer sin darse vuelta- Ven, siéntate, sírvete una copa de vino,
tenemos que charlar. ¡Esto no puede seguir así!
-¿Qué estas tomando?- pregunte dubitativa
sentándome en otro sillón, frente a ella, después de apartar de este una pila
de revistas y diarios viejos.
- El Aurum Red, Serie Plata de papá.
- ¿Estas loca? Ese vino cuesta 400 euros. Sólo se produjeron
6.000 botellas y… ¡Es de Papá!- grite mirándola indignada y atónita a la vez.
La intrusa de larga, sedosa y negra cabellera, vestía mi
ropa. Una blusa sexi de seda roja, de amplio escote sujeto por un discreto
broche que evitaba se viera más que lo estrictamente necesario, acompañada de
una pollera negra al cuerpo y sus pies, espléndidamente cuidados, calzaban sandalias negras de charol con tacón de
aguja.
Antes que pueda decir palabra escuché.
- No te parece un desperdicio gastar 400 euros y no poderlo
tomar, “Es un vino de reyes, vamos a dejarlo para una ocasión especial” decía
papá… ¡Ocasión especial!… Se murió dejándote sola con la botella y ni si quiera
olió su contenido.
- ¿Qui…quién eres?-tartamudee.
- ¿Cómo quién soy? ¿Ya te olvidaste como me hiciste
desaparecer poco a poco hasta dejarme encerrada? Primero creí entenderlo, murió
papá. Y vos, la luz de sus ojos, te fuiste apagando poco a poco.
Está triste, ya pasará, pensé… Pero después vino el otro
golpe, el más duro, con el cual la venda que cubrieron por 25 años tus ojos cayó
aquella tarde en que viste en la estación del tren al que creíste tu hombre
perfecto besándose con otra. Ese día me encerraste. Nos encerraste en tu mundo
gris. Tu mundo de descuido personal, de puertas y ventanas cerradas y un mar de
lágrimas.
Lo de papá fue inevitable y es comprensible tu tristeza…
Aunque ya es tiempo de dejarlo partir. Ahora…lo que te hizo ese pelafustán no
merece una sola de tus lágrimas. ¡Basta! ¡Esto se acabó!
- Ya no soy tú- interrumpí murmurando con tristeza, viendo ante mi aquel ser tan distinto al que yo
me había convertido en estos últimos seis meses –Soy un viejo bofe con patas… y
vos… una diosa esplendida- dije observando que bien marcaba su curvilínea
figura aquella ropa que ya había olvidado en el fondo de mi ropero.
- ¡Vieja los trapos, querida! Tenemos exactamente la misma
edad… Tal vez estés un poco descuidada, pero definitivamente un bofe con patas
no sos.- dijo inflando sus cachetes y gesticulando como si fuese obesa.
Sonreí.
-¡Esa es la Silvina que quiero ver! La picara, la ingeniosa,
la que destella desde sus chispeantes ojos optimismo y porque no, a aquella
traviesa hormiguita de trenzas y guardapolvo blanco que irradiaba felicidad con
su cristalina sonrisa en toda la clase y que sigue estando ahí adentro, aunque
te niegues a verla.
Volví a sonreír. ¡Tenía razón!
Descorche aquella costosísima botella de vino, serví su rojo
aterciopelado contenido en una de las finas copas de cristal de roca de mi
abuela y abrí la puerta que da al balcón después de seis meses de mantenerla
cerrada.
La noche y la tormenta ya se habían ido y comenzaba a
amanecer sobre los edificios de la ciudad.
Tomé pausadamente el costoso contenido de la verde copa,
disfrutando cada sorbo… paladeando hasta la última gota.
Aspiré hondo, me fui a mi habitación, me arregle y regresé al
living.
Descolgué la sabana que cubría el gran espejo, de dos metros,
que adornaba la habitación. Observe en este y él me devolvió el reflejo de la
esplendida mujer que nunca debí encerrar en un mar de angustias, rencores y
sobre todo, profunda tristeza.
Amaneció, y como el sol después de la negra noche, renací.
Revista PEN CLUB Paraguay Nº 31 Junio 2017
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