Imagen de la red |
Sola. Sola y aferrada a esa computadora, que la mantuvo unida al mundo desde siempre. Ese mundo que poco a
poco se fue durmiendo y de a poco apagando. Hoy nadie subió nada a los muros,
ni fueron contestados los miles de mensajes que ella envió a quienes creía sus amigos. Nadie
puso un "me importa" a sus pensamientos filosóficos feisbukeanos. Ya
nadie le envió memes ni subió fotos a Instagram. Estaba sola. Sola y
deshecha. Era la última persona de ese mundo. El fin había llegado y ya no
había nada que hacer, salvo tomar una última y terrible decisión. Decisión que
nunca pensó tomar y que ella misma decía que era para débiles y cobardes.
Lloro amargamente y apagó su
computadora. Se levantó y abrió la puerta que daba al balcón…
Afuera el sol brillaba. Los niños
jugaban a la pelota y paseaban en sus bicicletas. En las mesas del café de enfrente, las
personas hablaban mirándose a los ojo. Algunas se
abrazaban y otras, más osadas, se besaban... Definitivamente, el fin del mundo
virtual había llegado y ella, ahora, debía adaptarse a la humana realidad.
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