Cuentos en el blog

lunes, 4 de noviembre de 2019

La otra mujer





Imagen de la red
La noche se había cerrado sobre mí hacia mucho tiempo y la persistente lluvia disimulaba las lágrimas que rodaban copiosamente sobre mis mejillas.
Cada vez que me parecía verlo, a lo lejos, un asfixiante dolor me oprimía el pecho, me aplastaba como a una cucaracha, como a un ser insignificante, arrastrándome a un abismo que aumentaba su profundidad cuando, luego de fijar la vista, la realidad me hacia ver que no estaba ahí, que no era más que mi imaginación, mi infinito deseo de verlo nuevamente y pedirle que esta vez me lleve con él.
-¿Por qué me mentiste? Dijiste que siempre estarías junto a mi, que siempre sería tu pequeña… ¡Me engañaste!... ¡Cómo todos!- grite internamente.
Mojada hasta los huesos llegué al edificio de departamentos donde vivo.
Cruce el vestíbulo como una sombra errante, sin siquiera llamar la atención del conserje que bostezaba sobre el ajado diario matutino.
Subí a mi departamento y como autómata me dirigí al baño, llene la bañera con agua tibia, me desvestí, dejando la ropa tirada en el piso y me introduje deslizándome lentamente en aquel liquido y tibio refugio, exhausta de luchar contra mis desgracias…
- Hasta acá llegue, ya no puedo más- murmure.
Y toqué fondo.
- ¿Tarada, no te cansas de darte lastima?- increpó una enérgica voz femenina desde el living.
- ¿Quién esta ahí?- pregunte incorporándome sorprendida, ya que creía estar sola y haber cerrado la puerta con llave al entrar.
Salí de la tina, me puse mi vieja bata azul y me dirigí al lugar de donde provenía aquella voz.
 -¿Quien es usted? - pregunté a la mujer que sentada en el sofá, dándome la espalda, tomaba placidamente una copa de vino.
 - ¡Silvina, Silvina! No me extraña que no me reconozcas. Tu vida es un asco… y tu departamento… por favor. ¡Qué desastre! Casi me siento sobre los restos de una hamburguesa de vaya a saber cuando –respondió la mujer sin darse vuelta- Ven, siéntate, sírvete una copa de vino, tenemos que charlar. ¡Esto no puede seguir así!
 -¿Qué estas tomando?- pregunte dubitativa sentándome en otro sillón, frente a ella, después de apartar de este una pila de revistas y diarios viejos.
- El Aurum Red, Serie Plata de papá.
- ¿Estas loca? Ese vino cuesta 400 euros. Sólo se produjeron 6.000 botellas y… ¡Es de Papá!- grite mirándola indignada y atónita a la vez.
La intrusa de larga, sedosa y negra cabellera, vestía mi ropa. Una blusa sexi de seda roja, de amplio escote sujeto por un discreto broche que evitaba se viera más que lo estrictamente necesario, acompañada de una pollera negra al cuerpo y sus pies, espléndidamente cuidados, calzaban  sandalias negras de charol con tacón de aguja.
Antes que pueda decir palabra escuché.
- No te parece un desperdicio gastar 400 euros y no poderlo tomar, “Es un vino de reyes, vamos a dejarlo para una ocasión especial” decía papá… ¡Ocasión especial!… Se murió dejándote sola con la botella y ni si quiera olió su contenido.
- ¿Qui…quién eres?-tartamudee.
- ¿Cómo quién soy? ¿Ya te olvidaste como me hiciste desaparecer poco a poco hasta dejarme encerrada? Primero creí entenderlo, murió papá. Y vos, la luz de sus ojos, te fuiste apagando poco a poco.
Está triste, ya pasará, pensé… Pero después vino el otro golpe, el más duro, con el cual la venda que cubrieron por 25 años tus ojos cayó aquella tarde en que viste en la estación del tren al que creíste tu hombre perfecto besándose con otra. Ese día me encerraste. Nos encerraste en tu mundo gris. Tu mundo de descuido personal, de puertas y ventanas cerradas y un mar de lágrimas.
Lo de papá fue inevitable y es comprensible tu tristeza… Aunque ya es tiempo de dejarlo partir. Ahora…lo que te hizo ese pelafustán no merece una sola de tus lágrimas. ¡Basta! ¡Esto se acabó!
- Ya no soy tú- interrumpí murmurando con tristeza,  viendo ante mi aquel ser tan distinto al que yo me había convertido en estos últimos seis meses –Soy un viejo bofe con patas… y vos… una diosa esplendida- dije observando que bien marcaba su curvilínea figura aquella ropa que ya había olvidado en el fondo de mi ropero.
- ¡Vieja los trapos, querida! Tenemos exactamente la misma edad… Tal vez estés un poco descuidada, pero definitivamente un bofe con patas no sos.- dijo inflando sus cachetes y gesticulando como si fuese obesa.
Sonreí.
-¡Esa es la Silvina que quiero ver! La picara, la ingeniosa, la que destella desde sus chispeantes ojos optimismo y porque no, a aquella traviesa hormiguita de trenzas y guardapolvo blanco que irradiaba felicidad con su cristalina sonrisa en toda la clase y que sigue estando ahí adentro, aunque te niegues a verla.
Volví a sonreír. ¡Tenía razón!
Descorche aquella costosísima botella de vino, serví su rojo aterciopelado contenido en una de las finas copas de cristal de roca de mi abuela y abrí la puerta que da al balcón después de seis meses de mantenerla cerrada. 
La noche y la tormenta ya se habían ido y comenzaba a amanecer sobre los edificios de la ciudad.
Tomé pausadamente el costoso contenido de la verde copa, disfrutando cada sorbo… paladeando hasta la última gota.
Aspiré hondo, me fui a mi habitación, me arregle y regresé al living.
Descolgué la sabana que cubría el gran espejo, de dos metros, que adornaba la habitación. Observe en este y él me devolvió el reflejo de la esplendida mujer que nunca debí encerrar en un mar de angustias, rencores y sobre todo, profunda tristeza.
Amaneció, y como el sol después de la negra noche, renací.

Revista PEN CLUB Paraguay Nº 31 Junio 2017


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