Cuentos en el blog

viernes, 28 de agosto de 2009

Cuidado con lo que decís


Cuando se habla de armas de destrucción masiva pensamos en cohetes con cargas químicas, bombas atómicas, sofisticados aviones, submarinos, y tantos otros artefactos inventados por personas que, estoy seguro si hubieran sabido en que terminaron sus estudios hubieran quemado todo y se hubieran ido a pescar.
Sin embargo, pensando cual es la peor de todas las armas llegué a la conclusión que esta es “la palabra”.
Una simple palabra dicha con la entonación apropiada en el momento indicado puede destruir más que una bomba atómica.
Cuantas relaciones, tratos comerciales, internacionales, o amistades, han terminado por culpa de una palabra dicha, tal vez al descuido.
Hay un viejo dicho que reza: “Antes de poner la lengua en movimiento ponga su cerebro en funcionamiento”.
Una vez que la palabra fue articulada no hay vuelta atrás, aunque con el tiempo nos retractemos, la cicatriz quedará marcada a fuego en el corazón de la persona herida.
¿Que esta reflexión proviene de un pensamiento rencoroso?
Esto no tiene que ver con el rencor. Es como cuando un vaso se rompe al caerse al suelo, podemos pegarlo con algún pegamento para vidrio pero aunque vuelva a servir para contener líquidos podrán verse sin dificultad las cicatrices de la caída.
Lo mismo ocurre con lo que uno dice, podemos “pegar” disculpándonos pero nunca la relación volverá a ser la de antes.
Por eso si deseamos la paz mundial, como dicen las mises en los certámenes de belleza, empecemos por cuidar lo que decimos y, si es necesario, mordámonos la lengua para no arrepentirnos luego.

miércoles, 26 de agosto de 2009

La careta

Se dice que una persona cambia todas sus células cada siete años lo que podría llevar a algunos a la conclusión que “Juan” ya no es “Juan” después de ese periodo de tiempo, explicando porque esa persona ha actuado de manera tan distinta a como lo venía haciendo.
Esta conclusión, para mí, está muy alejada de la realidad.
Puede que el cuerpo cambie, se renueve, pero la persona sigue siendo la misma ya que su esencia se mantiene inmutable. Esto nos lleva a preguntar: ¿Por qué entonces “esa persona” actúa como si fuera “otra” en un momento determinado?
Si volvemos al ejemplo del mar y el kayak vemos que tampoco este, a pesar de seguir con la misma tenacidad, hace siempre idénticas maniobras para sortear una ola determinada. El kayak no cambia, el escenario sí.
Las circunstancias hacen que la persona tome una u otra actitud, a veces a la defensiva, otras desafiante, y en muchas otras ocasiones mimetizándose para pasar desapercibido, homogeneizándose en el grupo en el que le ha tocado vivir en ese momento. Ese “mimetismo” es el que nos lleva a creer que una persona es de una manera cuando en realidad es de otra bien distinta.
Muchos animales, como el camaleón, utilizan el arte del camuflaje como defensa o para asechar a su presa.
El hombre, no es ajeno a este arte y, como los animales, utiliza sus distintas “caretas”, muchas veces más de una a la vez, para defenderse, para asechar, e inclusive para embaucar.
Por eso, cuando tengamos una desilusión con alguna persona determinada, a la que creíamos conocer, no es que ella ha cambiado sino que se ha quitado la careta.

martes, 25 de agosto de 2009

La vida, un inmenso mar


Hace unos años, mientras pasaba unos días en Mar del Plata, Republica Argentina, me había ubicado en mi lugar favorito cerca de una barranca junto a un espigón hecho de piedras.
Como siempre, me senté sobre la tibia arena de la pequeña playa y me puse a admirar el paisaje: Las olas salpicando sobre mi al romper contra las rocas; el penetrante aroma al agua marina; las gaviotas chillando, tal vez en un cerrado combate aéreo por la posesión de un pescado; en fin, todo lo necesario para además de cargar las agotadas “baterías” a reflexionar sobre la vida.
Mientras el sol luchaba con los químicos de mi bloqueador solar para poder rostizarme, como lo hizo otros años, observaba como un pequeño kayak navegaba placidamente detrás de las gruesas rocas del espigón, fue cuando comparé a la vida con el mar.
Nosotros somos como un pequeño bote sobre las olas cambiantes del mar de la vida, buscando la mejor manera de llegar al puerto, luchando y enfrentándonos a los distintos desafíos que este “mar” nos pone en frente. A veces, este, se presenta tan tempestuoso que parece querer acabar con nosotros haciendo que usemos todos nuestros recursos para sobrevivir, otras tan calmo que nos ayuda a hacer las reparaciones necesarias para proseguir nuestro viaje.
Como dice la canción “Como olas del mar”, del cantautor brasilero Lulu Santos,...“La vida tiene olas como el mar, en un vaivén infinito”..., y es en ese vaivén que el “kayak”, debe ser lo suficientemente hábil para poder adaptarse y enfrentar el temporal sin quebrarse al estrellarse contra las rocas de la costa.
Así como la imagen que vemos del mar en un lugar determinado nunca es igual, ya sea por el viento, las mareas, o cualquier otro factor, no por ello deja de ser ese mismo mar, las personas pueden cambiar ante una situación pero no por ello dejan de ser ellas mismas a pesar que muchas veces deban subir o arriar sus velas ante una situación determinada.

domingo, 16 de agosto de 2009

Cosa de duendes traviesos




Les ha pasado alguna vez que buscando algo que necesitábamos con urgencia, por más empeño que ponemos en la tarea, no lo hallamos. También estoy seguro que, tiempo después, cuando ya habíamos perdido las esperanzas de hallar aquel objeto, este, aparece como por arte de magia enfrente de nuestras narices.
Cuando esto me pasaba de pequeño pensaba que eran los duendes que jugaban con nuestra paciencia escondiendo aquello que tanto buscábamos, para finalmente burlarse de nosotros y ponerlo en un lugar bien visible por el que creímos pasar miles de veces.
Parece que con la felicidad ocurre algo similar.
Una vez leí una frase cuyo autor desconozco que decía: “La felicidad no se busca, solo se encuentra”
Cuantas veces hemos buscado y rebuscado a la felicidad en tantos lugares, tantas situaciones, tantas relaciones y solo encontramos desesperanza, desengaño, sin mencionar, tal vez, un corazón destrozado; y otras veces caminando simplemente por una playa, una mañana soleada, la felicidad se nos presenta ante nuestras narices.
¿Será que al empecinarnos en buscar algo tercamente solo conseguimos esconderlo más o alejarlo de nosotros?
¿Acaso los traviesos duendes se divierten al vernos tan ansiosos y empecinados en la búsqueda de lo perdido para después, cuando creíamos que todo estaba perdido, apiadarse de nosotros y ponerlo delante nuestro?
No creo que sea bueno cruzarnos de brazos esperando que los gansos fritos nos caigan en nuestra boca, pero también creo que todo tiene un tiempo y un porque.
Puede que nos empecinemos en la búsqueda de la felicidad “que queremos” cuando este no sea el momento ni el lugar donde se presentará brillando frente a nuestros ojos, quizás como recompensa a nuestra tenacidad.
Todo tiene su tiempo. Así que cuando busquemos algo y no lo encontramos, no desesperemos, tal vez, los duendes pronto lo devuelvan.

viernes, 14 de agosto de 2009

Cuando el fracaso toca a nuestra puerta


Cuando emprendemos un proyecto ponemos en él toda nuestra fe y esfuerzos para llegar a buen puerto. Casi siempre durante el desarrollo del plan los obstáculos se presentarán como así también las soluciones para superarlos hasta alcanzar el objetivo deseado.
Sin embargo hay veces que por más empeño que se ponga el rotundo fracaso toca a nuestra puerta desmoronando todo lo que con tanto ahínco construimos. Es precisamente en este momento cuando nos preguntamos ¿Por qué?; ¿Que salió mal?; o simplemente... ¿Para que nos embarcamos en esa empresa si todo estaba tan bien antes de empezarla?
William Arthur Ward dijo: El fracaso es demora pero no derrota.
Así como un buen estofado requiere de un determinado tiempo de cocción en el cual los distintos sabores de sus ingredientes y sazones se mezclan dando un delicioso resultado final a pesar de haberse encontrado cociéndose por varios minutos, esta “demora” de la que habla Ward ¿no será el tiempo que debemos cocernos bajo el fuego del dolor y la desazón de la amarga experiencia para poder ofrecer el mejor sabor?
Creo que si este planteamiento fuera correcto, a la derrota abría que tomarla como un tiempo en el cual se aprendieron cosas que de otro modo hubiese sido difícil asimilar.
Es cierto que muchas veces esta “demora”, es como un río torrentoso, lleno de piedras afiladas, que nos hieren y golpean al ser arrastrados por la tempestuosa corriente. Tal vez esto era lo que necesitábamos para curtirnos y/o ablandarnos para así afrontar el próximo desafió que nos aguarda a la vuelta de la esquina.
El dolor, la angustia, la incertidumbre, que el fracaso trae aparejado son las cicatrices que, bien aprovechadas, nos servirán para seguir evolucionando en la vida.
Nadie quiere fracasar, pero si el fracaso nos golpea, debemos, como en el judo, volver su fuerza en nuestro provecho, aprendiendo de él y tratando de no cometer los mismos errores.
Si cuando aprendimos a caminar, nos hubiésemos rendido a la primer caída, hoy estaríamos arrastrándonos por los suelos como gusanos.
Es cierto que es más fácil decirlo que hacerlo. Tal vez nuestro orgullo herido; el miedo a lo que pasara después; desandar, tal vez, varios años de nuestra vida; el miedo de volver a empezar; sean el lastre del que debamos desprendernos rápidamente para no hundirnos en un pozo del que nos será muy difícil salir.
¿Como deshacernos de este lastre? No lo se... tal vez el haber escrito esta reflexión sea un buen comienzo.

jueves, 13 de agosto de 2009

Divagues de lineas paralelas



Según el diccionario las paralelas son, dos o más líneas o planos equidistantes entre sí y que por más que se prolonguen no pueden encontrarse.
Esta situación no solo se da en la matemática sino en las interrelaciones humanas.
Por distintas circunstancias hay individuos que pueden congeniar, compartir ideales, e inclusive tiempo juntos, pero a pesar de la gran afinidad que siente el uno por el otro su relación no ira nunca más allá de una bella amistad. Como si una fuerza invisible los condenara por mas que ellos se opongan, por decirlo de algún modo, siempre serán lineas paralelas. Aunque alguno de los involucrados intente dar “un paso más allá” esto será en vano ya que simplemente no habrá “química” para concretar una relación de pareja.
Estoy seguro que más de una vez le pasó esto que estoy comentando y, como yo en su momento, se han preguntado ¿Por qué? ¿Que hice mal? Si somos como dos gotas de agua ¿Por qué no podemos ser más que amigos?
Tal vez tenga parte de la respuesta mi amigo Jeu Azarru en su cuento titulado “La muerte eterna” de su libro “Diferentes caminos a la verdad” en donde se plantea, partiendo de la base de la posible reencarnación, individuos que fueron esposos en una vida, al nacer en entornos diferentes en la siguiente, aunque mantengan cierta unión etérea superviviente de las vidas pasadas, esto no sería suficiente para que los nuevos individuos vuelvan a ser totalmente compatibles.
Sabemos que la evolución de una persona se da por la sucesión de experiencias positivas y negativas en el transcurso de su vida y que esta evolución no es la misma para todos los individuos en un tiempo determinado.
Tal vez, siguiendo con el mismo planteamiento, la sucesión de encarnaciones y el crecimiento sufrido por el individuo en cada una de ellas, influya en la evolución del alma. O sea que las relaciones entre las personas tendrían una relación directa e influirían en la evolución del alma.
Este crecimiento del alma, del mismo modo que ocurre en la evolución terrena, podría ser distinto en uno y otro individuo. Las almas se comportarían, en las distintas encarnaciones, del mismo modo que lo hacen dos individuos que en determinada etapa de su vida fueron amigos inseparables y luego, debido a la madurez despareja entre ambos, dejan de serlo aunque mantengan cierta afinidad e ideales comunes. Los lazos de afinidad permanecerían entre una y otra encarnación pero al tener, las almas, distinta evolución no se puede dar una relación más intima.
Es posible que esto sea un simple divague mió pero explicaría muchas situaciones inexplicables en donde dos personas por mas cercanas que fueren jamás lleguen a tocarse. ¿No lo creen así?

martes, 11 de agosto de 2009

¿Estaba la felicidad en la luna?


Hace unas semanas atrás, precisamente el 29 de julio pasado, todos los medios, nacionales e internacionales se hicieron eco, con bombos y platillos, del 40 aniversario de la llegada del hombre a la luna.
A pesar que no soy tan viejo, recuerdo como nos preparamos para ver el histórico momento en el viejo televisor, a válvula en blanco y negro, equipado con su respectivo protector de acrílico para evitar “los rayos que producen cáncer” según decían los vendedores de aquel inútil accesorio.
Todos nos reunimos en la sala de la casa de mi abuelo y esperamos la transmisión en directo desde la luna, según se decía aunque con el tiempo me enteré que se transmitía en diferido unos diez minutos.
Nadie niega que aquel suceso fuera un gran logro para la humanidad pero mirándolo desde otro punto de vista es una paradoja que el hombre haya pisado la luna pero no haya llegado a conseguir la felicidad plena de si mismo.
En la lucha carrera por la busca de proezas y medallas, el hombre se ha olvidado del hombre, relegando el conocimiento de si mismo para lanzarse a conquistar logros externos a él.
El que lea estas líneas podrá decir que una cosa no tiene que ver con la otra; que la búsqueda de la felicidad entra en el campo filosófico y para ello existen eruditos que “divagan” sobre el tema. Sin embargo independientemente de las conclusiones a las que pueda llegar un grupo de eruditos, cada uno pasa su vida buscando esa felicidad tan esquiva en muchos casos. Entonces, si la felicidad es lo que todos perseguimos y buscamos con tanto ahínco ¿por qué no la encontramos? ¿Acaso, las costumbres sociales, el egoísmo por sobresalir sobre los demás sin importar “el como”, y los miedos a mostrarse como uno realmente es, son barreras suficientes para que no podamos dar el paso a la felicidad?
Al encontrar la felicidad y paz de nuestras almas dejaremos de preocuparnos por logros y medallas mezquinas que solo consiguen alimentar nuestro ego.
Solo cuando el hombre derribe esas barreras se podrá decir que se ha dado "un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad" en la búsqueda del camino de la verdad universal. Recién entonces, las puertas del conocimiento comenzarán a abrirse ante nuestros ojos sin más esfuerso que desearlo.

domingo, 9 de agosto de 2009

El mar


Para muchos simplemente una gran masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie terrestre, para otros, fuente inagotable de inspiración y sueños.
Desde el comienzo de los tiempos el hombre lo observó con admiración y respeto para poco a poco ir adentrándose en sus infinitos misterios.
Desde la primera vez que lo ví, quedé prendado de él. Hechizado, podría decirse, por el continuo e interminable vaivén de sus frescas olas lamiendo la tibia arena y dejando detrás de si, entre la espuma, infinidad de tesoros arrancados de sus entrañas.
Recuerdo haber estado por horas enteras mirando documentales de las increibles criaturas marinas, que aunque en blanco y negro, no dejaban de alimentar mi imaginación sobre ellas y los misteriosos parajes en los que habitaban.
Mirar imponente disco solar alzándose de entre las casi negras aguas surcadas por rojas olas que rompen furiosa contra un viejo espigón abandonado, casi hundido en la húmeda arena, exponiendo al cielo sus maderas podridas cargadas de diminutas algas, berberechos y mejillones, o escuchar el sordo entrechocar de las aguas contra las rocas de un acantilado en donde millares de cangrejos compiten entre sí en busca de comida, mientras bandadas de aves marinas escudriñan desde lo alto.
¿Acaso alguien puede resistirse al subyugante espectáculo que ofrece la luna llena, desparramando su fría luz de plata, sobre las espumosas olas del mar?
Las palabras quedan carentes de sentido ante tan imponente creación; y adhiriéndome a las palabras de un poeta, cuyo nombre se perdió en el moderno mar del ciberespacio:
"Si el mar fuera tinta y el cielo fuera papel aún no alcanzaría para escribir todo lo que siento por ti".
Creo que se quedó corto ¿No lo creen?

viernes, 7 de agosto de 2009

Rodeado de nadie

A veces me pregunto: ¿Que es más triste, estar solo físicamente o estar rodeado de nadie?

En el primer caso, que puede ser debido a la propia elección o un hecho circunstancial, es remediado fácilmente abriendo las ventanas o, simplemente, disfrutando la quietud de la soledad. Un sillón mullido, un buen libro, y una suave música, son para mí más que suficiente remedio para este tipo de soledad.

El estar rodeado de nadie, para mí la soledad más perversa, es mucho más frecuente aunque insistamos en no notarlo.
¿Como uno puede estar rodeado de nadie? Esto aunque parezca un contrasentido no lo es.
Día a día, cuando nos encontramos inmersos en la vorágine de la ciudad, donde la gente que va y viene, atesta los ómnibus, calles, autopistas, lugares públicos, creando la ilusión que nos falta el aire de tantas personas que nos apretujan con sus cuerpos hacinados, nos auto convencemos que no estamos solos, pero en realidad, toda esa muchedumbre que nos rodea, empuja y pisa, no es más que un grupo de fríos “fantasmas” que solo comparten, con nosotros, un espacio físico.

Otra manera de este tipo de soledad es cuando por razones laborales, sociales, etc., estamos obligados a insertarnos en un grupo con el cual no compartimos los mismos intereses o ideales, quedando automáticamente excluidos aunque todos finjan una supuesta integración.

La sociedad nos ha impuesto la figura que “estar solo” es malo, antisocial, e insano, pero... ¿Que tan sano es rodearnos de personas que solo llenan de ruido nuestras vidas compartiendo solamente un espacio físico?

Como dije en una oportunidad: “el agua y el aceite no se mezcla, solo se emulsiona” por ello aunque insistamos en rodearnos de gente, ir al shoping, o discotecas, no quiere decir que no estemos solos. Si los individuos con los que compartimos no son compatibles con nuestra esencia solo seremos una gota de agua en un charco de aceite.

No debemos temer estar solos, ni mucho menos desesperarnos por ello. Solo debemos aquietar nuestro espíritu y disfrutar de la quietud, mientras discurrimos naturalmente al manantial oculto a donde pertenecemos.

jueves, 6 de agosto de 2009

Mi profe de historia


La recuerdo con peinado globo, siempre vestida con elegancia, con su trajecito de confección o con su tapado de piel. Mostrándose, para los que no la conocían, como un terrible ogro a pesar de ser baja de estatura y menuda. También recuerdo muy bien lo feliz y orgullosa que se la veía aquella mañana del 2 de abril del 1982 cuando, con el diario Clarín en mano y la sonrisa más esplendorosa que jamás le vimos, eufórica, interrumpió la clase que estábamos dando, para con su vibrante vos comunicarnos el inicio de las acciones militares en Malvinas.

Los que éramos más allegados, orejas nos decían, podíamos llamarla fuera del aula por su nombre de pila, pero para el resto de la clase solo era la profesora Arias, la profe de historia.

Ella nos enseño, a mí y a todos los que tuvimos la suerte de conocerla, mucho más que una materia en un plan de estudio, nos enseño a luchar, a seguir nuestros sueños, que la mente es la mejor maquina del tiempo y que basta solo con pensar y soñar para viajar por las arenas del tiempo.

Hoy a más de veinte y cinco años que la vi la ultima vez, me duele pensar que jamás le agradecí nada de lo que ella desinteresadamente estaba "sembrando" en mí en esos años adolescencia.
Como quisiera poder decirle tantas cosas, reconocerle por todas las horas de su vida que me regalara, por sus charlas en el club de ciencias que ayudó a fundar. Pero especialmente agradecerle por su sacrificio y su empeño en dar todo de sí para trasmitirnos su conocimiento con lo que mejor sabía hacer. ¡Enseñar!
No se si su devoción al trabajo, que era su vida, o el cigarrillo, fue lo que finalmente la arrebató prematuramente de entre nosotros. Sea como fuere su recuerdo, su imagen, están y estarán siempre marcados a fuego en mi alma al igual que su sonrisa.

¡Gracias Margarita, por no haber sido solo mi profe de historia y convetirte en mi guia de vida!