Cuentos en el blog

domingo, 15 de agosto de 2021

Presentación de Lucy y el coronavirus de Mirta Roa

 


Estoy seguro que muchos de los aquí presentes, cuando niños, después de escuchar de nuestros padres o abuelos una historia de piratas o caballeros medievales, ha jugado a ser el héroe de estos relatos, combatiendo a feroces enemigos de peluche, encontrando tesoros ocultos en la impenetrable selva de nuestros jardines, o comandando una flota pirata de poderosas embarcaciones de latas de sardina en un océano contenido en la pileta de lavar la ropa.

Este ritual se lleva a cabo hace millones de años y no ha dejado de practicarse a pesar de que haya quienes digan que no tienen tiempo para leer a sus niños. Desde que el primer humano se sentó junto a un fogón a contar sus aventuras, las de algún antepasado, o las de su imaginación, estas además de afianzar un vínculo con el narrador, no solo sirvieron para que los que las escuchaban se divirtieran o jugaran con su imaginación, sino que también para que abrieran su mente a cosas y lugares desconocidos, además de un aprendizaje sobre los peligros que pudieran enfrentar.  

Tal vez la elaboración y complejidad de aquellas historias y las de hoy sea distinta, sin embargo, su finalidad es la misma: Transmitir un mensaje claro y, aunque acorde a la edad del destinatario, sin subestimar al receptor. Ese es el problema de muchos de los llamados cuentos infantiles en donde se cree que por empalagar con diminutivos el mensaje será recibido con beneplácito por la menuda platea que no acepta gato por liebre. Esto NO es lo que ocurre con Lucy y el coronavirus.

Esta historia, narrada por una tercera persona, tal vez la abuela de Lucy, plantea el actual tema del SARS COV 2, desde la perspectiva de una niña de 7 u 8 años y de como esta se enfrenta al nuevo escenario que le toca vivir. Con un lenguaje claro y sencillo, pero sin abusar con la inserción de molestos diminutivos, Mirtha Roa, nos introduce en el mundo de Lucy, una niña a la que de un día para el otro se le desinfla la ilusión de viajar para ir a ver sus abuelitos debido a un bichito con corona que viaja por pueblos y ciudades enfermando a todos. Con el ingenio propio de su edad, Lucy, enfrenta esta dificultad junto con Roby, su hermano menor, a quien le enseña a defenderse y cuidarse de este inoportuno virus al que, si bien los mantiene encerrados en su casa, logran vencer con su fértil imaginación y con la tecnología, gracias a la cual, virtualmente, pueden comunicarse y ver a sus queridos abuelos e ir a la escuela.

Aunque estoy convencido que para que un niño se convierta en un adulto lector, sus padres, abuelos, tíos y demás adultos que lo rodea deben dar el ejemplo del habito de la lectura y lo deben introducir en el maravilloso y mágico mundo de los libros, SERVILIBRO, en esta edición permite, gracias a la tecnología, que Mirtha, de forma virtual, les lea esta historia cada vez que lo deseen, mediante el escaneo, del código QR azul, adjunto a en la contratapa.

Sólo me resta agradecer a Mirta por haberme permitido presentar, este, su segundo libro y a ustedes que no se pierdan la oportunidad de hacer la diferencia leyéndoles a sus hijos, sobrinos y/o nietos este bello libro ilustrado por Carolina Falcone, hija de la autora…Por lo que este es un libro hecho en familia para la familia ¡Qué mejor manera de hacer un libro! ¿No les parece?


   

viernes, 13 de agosto de 2021

El regreso de la Florista

 



Era una mañana como cualquier otra de aquel momento histórico denominado por todos como la pandemia, de la cual, casi nadie recordaba su inicio. Lo frio y gris de aquel día era, si se quiere, sólo un complemento anecdótico. Las personas, indiferentes y más frías que el hielo, ocultas como Ninjas detrás de sus cubre boca, caminaban por las veredas o esperaban al transporte público, como impersonales autómatas rodeados de una especie de campo magnético que los mantenía sanitariamente distanciados.  En las calles, el caótico transito era el vivo reflejo de la intolerancia, egoísmo y rabia contenida en aquella sociedad alimentada por noticias, verdaderas o falsas, provenientes de medios tendenciosos, redes sociales y su propia inconformidad.

Como si fuera un fideo más de este toxico caldo, Andrés, caminaba con paso rápido por las desparejas veredas, corroídas por la desidia ciudadana y la inacción municipal, en dirección al vetusto hospital donde debía ver a un cliente que se negó a cerrar trato en forma virtual como lo hacían todos desde el inicio de la pandemia. Atravesó la avenida y se disponía a cruzar la plaza que lo separaba de su destino cuando, se detuvo sorprendido. Bajo la sombra de un añoso Tajy, se encontraba un coqueto kiosco de venta de flores. Los recuerdos, de una lejana y distinta época, volvieron a su memoria haciendo cambiar su destino.  Había caminado unos pasos cuando sobre un pequeño banco de madera vio sentada a una joven florista que le recordó a Violeta, La antigua propietaria del lugar, abandonado hacía décadas, con quien, hace una eternidad, había entablado una fuerte amistad.

La joven, de largos cabellos, que lucía una boina francesa roja, acorde a su informal vestimenta parisina, se hallaba de espaldas a Andrés cortando mecánicamente los tallos de unas rosas rojas con las que armaba un bello ramo. Al oír pasos, volteo en dirección a este y lo saludo:

—Buenos días señor ¿Puedo ayudarlo?... ¿Señor?  ̶ volvió a preguntar, con insistencia, al ver que su interlocutor sólo observaba sin decir palabra.

̶ Discúlpeme señorita, no me haga caso, es que…, bueno, no importa… Es que me sorprendió su habilidad al armar ese bouquet de rosas. Debe tener muchas ventas.

̶ Es solo práctica, en cuanto a la rentabilidad del negocio debería preguntarle a la dueña, porque si me pregunta a mí… Salvo para el 14 de febrero y otras fechas en donde se estila comprar flores, las ventas apenas cubren los costos  ̶ respondió, encogiéndose de hombros y meneando la cabeza, detrás de su cubre bocas rojo adornado con gatitos negros.

̶ ¡Una pena que así sea! Este lugar vio tiempos mejores. Tal vez, la pandemia se llevó mucho más que seres queridos. La humanidad está en vías de extinción, del mismo modo que los dinosaurios, días después de la caída del meteorito que los hizo desaparecer.  

̶ ¿No cree que exagera al compararnos con los dinosaurios? —preguntó con sorna— El virus causó estragos en la población mundial, es cierto, pero no la ha extinguido. De hecho, ha vuelto a crecer con similar ritmo al de antes de la pandemia.

̶ Tal vez la población mundial se haya recuperado, pero la humanidad es la que está en vías de extinción. El Sars Cov 2, no solo mato personas, sino que a los sobrevivientes nos distanció, ocultó nuestras sonrisas con un cubre boca y, lo más grave, nos privó de dos elementos fundamentales que nos hacían humanos: El beso y el abrazo, con los cuales llevábamos la vida a nuestros sentidos, la confianza a nuestros sentimientos, la comunicación sin necesidad de decir una palabra, y no dejar de mencionar todos los mensajes corporales cifrados y transmitidos por un simple rosar de labios.

̶Sí, como también la transmisión de enfermedades —dijo con visible repugnancia—. Esas antihigiénicas prácticas son precisamente las causantes de aquellos decesos, y de tantos otros, durante toda la historia de la humanidad. Aunque algunas personas, como usted, añoren el tortoleo, como decía mi abuela, el distanciamiento personal, la higiene de manos y demás prácticas, son el mejor legado que nos dejó esta pandemia. Y disculpe mi insistencia… ¿Va a comprar algún bouquet? Porque, si sólo vino a hablar, puede volver en una hora que es cuando regresa la dueña. Estoy seguro que se entenderán.

Andrés, esbozó una sonrisa debajo de su cubre boca y deseándole un buen día a la joven, volvió con tristeza a ingresar en el caldo toxico al que llamaban la nueva normalidad.

Ya de regreso, y tras haber logrado el objetivo que lo sacó de la comodidad de su departamento, sin darse cuenta, enfilo hacia el kiosco de venta de flores. Ya no estaba la joven. En su lugar, sentada el banco de madera, de espaldas a él, se hallaba una mujer de unos 50 años preparando un diminuto ramo de violetas.

—Buenos días señora… ¿Fría y bella mañana no? —dijo, con el corazón palpitante, iniciando la conversación.

La mujer volteo, y miró a Andrés, gratamente sorprendida.

—Hace muchos años, un joven muy parecido a usted se detuvo a comprar un ramo de flores y le vendí uno de violetas como este…—dijo, mientras sus ojos se iluminaron y su sonrisa, como un sol, parecía traspasar el cubre boca que la ocultaba.

—Mire, que coincidencia… Hace mucho tiempo una joven florista además de venderme un pequeño ramo, como el que usted sostiene, me enseñó que lo que creemos son casualidades no son más que faros que pone el destino para que no nos desviemos del camino que tenemos marcado, y aunque insistimos en no verlos, estos se presentan ante nosotros con una luz cada vez más brillante.

La mujer se levantó, y desobedeciendo lo que durante los últimos años le habían inculcado, rompió el distanciamiento y se acercó a Andrés, colocó el ramillete en el ojal del saco, y con embarazosa timidez lo abrazó. Mientras, el cómplice Tajy, el mismo que vio nacer y crecer su amistad, los ocultaba detrás de su enorme y añoso tronco, ellos, se sacaron el cubre boca y se dieron un inocente, aunque cálido, beso con el que se transmitieron un mensaje indescifrable para el resto del mundo…

 Tal vez, el meteorito coronado, no cumplió totalmente con su objetivo de destrucción y esta vez estos y otros rebeldes dinosaurios sobrevivan a la hecatombe.  

 

 

 

sábado, 7 de agosto de 2021

Novelas históricas sobre Asunción llegan con ÚH