Cuentos en el blog

sábado, 18 de febrero de 2012

Vacaciones con mi abuelo (Cuento)

Tendría unos trece años cuando, una tarde de verano, mi abuelo llegó a mi casa y me invitó a pasar unos días en la vivienda que había comprado en un lejano pueblo de la costa.
Alto, de cabellos blancos, frente amplia, ojos azules y una amplia y calida sonrisa, aunque muy reservado y un tanto frío de carácter,  siempre vestía de traje y corbata y bebía grandes cantidades de té, inclusive en los más tórridos días de verano, costumbres que yo atribuía a que había nacido bajo la bandera del lejano y frío Imperio Ruso, en un pequeño pueblo pesquero a orillas del Mar Negro.
Aunque poco lo conocía, debido a una incomprensible disputa de varios años que había mantenido con mi madre, los pocos momentos que pude compartir con él siempre se había mostrado muy cariñoso conmigo, su nieto mayor.
No niego que al principio me incomodó que, en el lugar donde pasaría los siguientes treinta días, no llegara la señal de la televisión pero la idea de ver por primera vez al mar hizo que me decida por comenzar a empacar mis cosas. Es que tenia una extraña atracción hacia, como decía una serie de la tele “una de las últimas fronteras del hombre”
Después de un largo viaje en tren llegamos con las primeras luces del día, a la mal cuidada estación del pueblo rodeada de blancos médanos fijados por la vegetación rastrera del lugar y cipreses plantados para el efecto.
En el andén, sentado en una banca de madera se encontraba un hombre vestido con un gran sombrero blanco de vaquero camisa a cuadros, pantalón de jeans y botas.
- Buenos días Don Anatolio. ¿Tuvieron buen viaje?
- Así es Fernández, le presento a mi nieto Iván.
- Encantado muchachito, me contó su abuelo que usted no conoce el mar.
- Sí, estoy ansioso por verlo… ¿Falta mucho todavía?- pregunté, pues a pesar que se podía oler el característico olor marino y sobre nosotros revoloteaban unas gaviotas, el mar todavía no podía verse.
- No se impaciente joven en unos minutos lo vera.
El hombre tomó mi valija y la de mi abuelo y las colocó, ante mis atónitos ojos, en una diligencia como las que se veían en las viejas películas de la televisión.
- ¿Esto es una broma? ¿No tomaremos un taxi?- pregunté a mi abuelo.
- Un taxi quedaría atrapado entre los medanos. Esta diligencia y el caballo son los únicos medios con los que desde el pueblo se puede llegar a la estación.
- Veo que estas vacaciones serán toda una aventura…- masculle mientras miraba a través la pequeña ventanilla cuadrada.
Después de unos pocos minutos en donde aquella diligencia se bamboleaba de un lado a otro mientras avanzaba por el ondulado terreno, mi abuelo, tocándome el hombro dijo:
- Mira. ¡El mar!
Me abalancé sobre el octogenario y observé extasiado, por la pequeña ventana del vehiculo, el más maravilloso espectáculo que hasta ese momento había visto. Extendiéndose hasta el infinito, con sus aguas negras incendiada por el sol matutino y rompiendo con furia sobre las espumosas rocas de los acantilados, estaba el mar.
- ¿Te gusta lo que ves?-preguntó mi abuelo mientras la fresca brisa impregnada de salitre acariciaba mi rostro.
- Es más grande y vivo de lo que se ve en la televisión-dije embelezado, a lo que mi abuelo respondió con una carcajada.
- ¡Más grande que en el cine!
Pronto pudimos ver “el pueblo” que no pasaba de una treintena de cabañas de pescadores.
- ¿Aquí vives? –dije desanimado, al ver la precariedad de las viviendas.
- No, yo vivo allá- dijo señalando sobre la cima del risco a un imponente faro de paredes blancas y rojas.
- ¡Vives en un faro!
- Es mejor que las casitas de madera de los pescadores, muchísimo más acogedor que una casa en la ciudad y encima me pagan por vivir en él. Sólo debo encenderlo a las cinco de la tarde todos los días.
- ¿Y quien lo encendió mientras estuviste en la ciudad?
- Fernández me ayuda en ocasiones como esta.
Junto al faro estaba la casa de mi abuelo, una pequeña vivienda con tres habitaciones, cocina con fogón y un baño. De paredes de piedra y techo de teja sostenido por gruesas vigas de madera tenia un aspecto bastante rustico aunque sólido.
Tras desempacar, mi abuelo me invitó a subir a la torre del faro a la que se accedía por una desgastada y empinada escalera caracol adosada a las paredes.
Minutos despues llegamos a la habitación de la torre, donde mi abuelo había montado su escritorio desde el cual, por una escalera de madera, se llegaba al faro propiamente dicho.
Las paredes de la habitación estaban casi totalmente cubiertas por estantes, atiborrados con libros y manuscritos, dejando solamente libre la ventana de gruesos vidrios que daba al mar. Debajo de esta se encontraba un escritorio de gran tamaño sobre el cual descansaba un samovar, una tasa de porcelana con su platillo, una vieja maquina de escribir, un tintero, varias plumas y lápices ordenados de mayor a menor y una pila de hojas blancas de papel.
- Es aquí donde paso la mayor parte del día. Mira que bella vista se tiene de aquí.
- No sabía que escribes – dije señalando la máquina- A mi me gusta escribir cuentos, aunque mi profesora dice que son demasiado fantasiosos. Es por ello que nunca suelo sacar una nota muy alta.
- No te preocupes Iván, la calificación no es importante. Si te gusta escribir fantasías hazlo. No dejes que nadie te amedrente. Recuerda que los profesores de Albert Einstein  lo trataban como un retrasado. Nunca reprimas tu imaginación.
- ¿Y tú has publicado escritos? ¿Dónde se venden?
- Nunca los he publicado. Es una diversión, un desahogo para mi viejo corazón. Toma, si quieres lee este a ver que te parece- dijo sacando de un estante uno de los manuscritos cosido a mano y encuadernado con una tapa rustica hecha con el cartón de una caja de vino.- Como podrás ver hay varias hojas en blanco, si quieres puedes escribir en ellas.
Tome el manuscrito y subimos al faro donde mi abuelo enseño la maquinaria, que funcionaba con un viejo motor de tractor.
Como era de esperar, luego de la primera semana, de la fascinación por aquel lugar pasé al tedio. Y para peor de males la abstinencia de los dibujos animados y la televisión ya se hacia sentir.
- Abuelo, ¿cómo puedes vivir aquí sin aburrirte? No hay televisión y en el cine del pueblo dan películas pintadas a lápiz- dije interrumpiéndolo mientras tecleaba con fuerza su vieja maquina de escribir- Ni caballos para cabalgar hay.
- Tienes razón, hay veces que me aburro. Es cuando bajo a la playa y me pongo a ver el mar- dijo luego de terminar la frase que estaba escribiendo.
- Pero…hasta yo que no lo conocía ya me he cansado de él.
- Es probable que sólo lo hayas mirado y no observado. Ven acércate a la ventana y observa… como cada ola es distinta una de otra, como chocan con desigual intensidad sobre las rocas. ¿Cómo puedes cansarte de ver a las gaviotas, o a aquellos cachalotes que se ven a lo lejos? Probablemente no lo comprendas, pero estoy convencido que el mar es como la vida y cada uno de nosotros somos como aquel kayak amarillo que se enfrenta a las olas, siempre de manera diferente, para aprovechar lo mejor de estas y lograr así su objetivo y no hundirse…
- Y si tú lo dices…- interrumpí aburrido.
- Hagamos una cosa, ve a jugar un rato. Yo termino aquí y si no te estás divirtiendo, bajo al pueblo y le pido a Fernández un par de caballos para cabalgar por el pinar. 
Acepté de mala gana y baje a mi habitación. Fue cuando mis ojos cayeron sobre el manuscrito encuadernado, el cual había quedado en el mismo lugar donde lo dejara el primer día.
Con el escrito bajo del brazo, descendí por un estrecho sendero a la diminuta playa que se formaba debajo del faro y junto a unas rocas comencé a leer.
No se si fue el murmullo acompasado de las olas al chocar contra las rocas del malecón, las gaviotas que revoloteaban y se posaban sobre la campana de la bolla cercana, la magia de aquel pequeño escondite o las maravillosas historias de mi abuelo en sí, pero lo que sí puedo afirmar es que fui transportado a lejanos lugares y épocas donde ocurrían situaciones con las que me identificaba, como si yo fuese el personaje de la aventura.
El estilo de escritura era sencillo y directo, aunque con minuciosos detalles. Creo que eran precisamente estas descripciones de lugares y cosas conocidas por todos lo que hacían que la fantasía deje de serlo para el lector.
Fue con este descubrimiento que comencé a escribir un cuento en las hojas que estaban en blanco.
Cuando quise darme cuenta, el sol comenzaba a caer, las olas comenzaban a iluminarse con la luz del faro y mis pies y pantalones estaban mojados debido a la subida de la marea.
- Fui al pueblo por los caballos pero, como vi que estabas entretenido leyendo, no quise molestarte- dijo el anciano mientras servia un apetitoso guiso de lentejas con papas y peperoni.
- Me gustaron mucho tus cuentos… ¡deberías publicarlos! Estoy seguro que a mis compañeros de clase les gustaría leerlos.
- Te agradezco el elogio...pero yo escribo solamente para divertirme…
- Leí una vez en una revista un reportaje que se le hizo a un escritor en donde decía que él se sentía con la obligación y el compromiso de plasmar en el papel sus sueños, transformados en poesía o historias, evitando así que se pierdan en el tiempo y el espacio- dije bostezando.
- Muy bien mi pequeño filosofo, tendré en cuenta tus palabras. Ahora termina tus lentejas y ve a dormir que mañana será otro día- dijo mientras se servia la segunda tasa de té.
Al día siguiente, luego de desayunar, devolví el manuscrito y comenté que había escrito un cuento en las hojas en blanco.
Sorprendido gratamente, mi abuelo tomó el manuscrito y leyó detenidamente mi cuento.
Al terminar, sonrió, me miró por encima de sus gruesos lentes de marco negro, se abotonó el chaleco gris de lana y me pidió que lo acompañe a su escritorio.
Ya en la habitación de la torre, me entregó otro manuscrito, un blok de hojas con renglones, un lápiz, un sacapuntas y seguidamente dijo:
- Quiero que leas estos cuentos y que escribas algunos en este blok. Luego del almuerzo los leeré y te daré mi parecer, después de esto, tú podrás decir que no te gustó de los míos. Ahora ve a la playa y ten cuidado con la marea. No quiero que te enfermes y tu madre me reprenda.
Baje a la playa, volví a acomodarme junto a las rocas, y comencé a leer y escribir hasta la hora del almuerzo, después del cual conversamos por casi dos horas. Al terminar nuestra conversación, me entregó otro manuscrito el cual terminé de leer para la hora de la cena, donde volvimos a intercambiar pareceres de nuestros trabajos hasta altas horas de la noche.
Después de completar todas las hojas de tres bloks con mis historias y leer una decena de manuscritos aquellas vacaciones, en compañía de mi abuelo y de las mágicas aventuras encerradas en aquellos inéditos cuentos, casi habían llegado a su fin.
Faltando una semana para mi regreso a la ciudad, mi abuelo, me dijo en el desayuno:
- Debo ir al pueblo. Volveré para el mediodía. Quiero que para mi regreso prepares sándwiches, hagas jugo con las naranjas que trajo Doña Carlota ayer y ensilles los caballos. Iremos de picnic al pinar.
Así lo hice, y a su regreso cabalgamos, ese y los días que le siguieron, por el extenso pinar mientras me contaba historias de cuando él era pequeño y vivía en la lejana Rusia; de cómo se escondía con una linterna debajo de la frazada de su cama para leer novelas de León Tolstói y Julio Verne; de cuando luego de haber recibido una gran tableta de chocolate, por haber ayudado a un comerciante, se cayo en un río y al salir de sus aguas la golosina, que había guardado en su bolsillo trasero, se derritió y mancho su pantalón haciendo que los que lo veían creyesen que se había hecho encima. Estas y otras tantas aventuras hicieron que el recuerdo de esa semana fuese imborrable hasta el día de hoy.
Pero como todo, el final de las vacaciones llegó y con este Fernández con su diligencia.
- Don Gutendorf,  le envía esto y le hace decir que ya hablo con su amigo ucraniano- dijo a mi abuelo entregándole un paquete de regular tamaño.
- Sabia que ese alemán terminaría a tiempo- respondió con su calida y particular sonrisa.
Subimos el equipaje y nos dirigimos a la estación del tren donde minutos después apareció resoplando la locomotora diesel, pintada de color plateado, arrastrando cinco vagones del mismo color.
- Espero que te hayas divertido en estas vacaciones.
- ¡Cómo nunca! Estoy ansioso por venir el próximo año.
- Ojala podamos repetirlas-respondió como dudando- Lo que me alegra es que hayas descubierto que tu imaginación no tiene límites y que en ti se encuentra un diamante en bruto que si lo pules debidamente, con estudio, lectura y dedicación, seguro algún día deslumbrará al mundo. Recuerda que debes analizar las críticas que te hacen. Saca de estas sólo lo que pueda servirte y haz oídos sordos a lo demás. Como dijo un sabio de la India “una gota de lodo puede ensuciar a un diamante haciendo que pierda su brillo, pero esto es sólo momentáneo. Solamente se necesita una franela para que vuelva a brillar como antes.
Volví a abrazar con todas mis fuerzas a mi abuelo, abordé el tren, y me senté junto a una de las ventanillas que daban al andén.
- Este tren va directo a la Terminal de la ciudad donde te esperará tu padre.
- ¡Gracias por todo! Realmente fueron las mejores vacaciones de toda mi vida.
- Toma, esto es un regalo que quiero darte-dijo entregándome el paquete que minutos atrás le entregara Fernández.
Rompí rápidamente el envoltorio, mientras el silbato de la locomotora anunciaba la partida, y descubrí un libro de tapa azul cuyo titulo, escrito en letras doradas decía: “Cuentos de dos generaciones”
Ojee rápidamente el volumen y ante mi sorpresa contenía impresos los cuentos que escribí intercalados con los de mi abuelo.
Antes que pudiera decir algo, el tren, que ya se había puesto en movimiento se alejaba lentamente de la estación, donde mi abuelo, con su traje gris camisa blanca y corbata azul, sonriente se despedía de pié agitando su pañuelo blanco.
Esta es la última imagen que tengo en mi mente de él ya que murió nueve meses después.
Fue la primera vez que un mayor tomó enserio mis escritos y aunque muchas personas en los años venideros criticaron mis trabajos, gracias a las palabras dichas esa tarde, estas criticas se convirtieron en trampolines que me dieron la fuerza suficiente para superarme y seguir adelante.
En el funeral, Fernández, se acercó a mi madre y luego de expresarle sus condolencias, me entregó un sobre que contenía un cheque de una editorial Ucraniana a mi nombre, como pago de los derechos de autor de una tirada de diez mil ejemplares de “Cuentos de dos generaciones”, junto con un ejemplar del libro en cuyo interior escrito en la primera hoja decía:
 Iván:
        Recuerda que, todo escritor tiene para si mismo el compromiso y la obligación de plasmar en papel sus sueños, transformados en poesía o historias, para que alguien en un futuro indefinido pueda disfrutarlos y aprender de los amores, angustias, travesuras y vivencias encerradas en esos renglones. Nunca dejes de soñar, ya que los sueños serán las alas que te llevarán hasta donde imagines. Sólo debes creer en Dios, en ti mismo, y desearlo con el corazón y con el alma.
Te quiere mucho hoy y siempre
                                              Tu abuelo.
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sábado, 11 de febrero de 2012

La Residencia Gremlin (Cuento)


La persistente garúa golpeaba suavemente sobre los cristales de la ventana de la habitación que servía de despacho.
José se hallaba sentado en el sillón de cuero, frente al destartalado escritorio de los años cuarenta, el mismo que lo acompañara durante más de cuatro décadas, leyendo por centésima vez la corta pero determinante resolución municipal por la cual se le informaba la demolición de aquel centenario edificio.
-¿Cómo podría ser posible que aquél edificio, que nació con la ciudad,  fuera derrumbado para ser reemplazado por un frío y despersonalizado shoping?- se preguntaba una y otra vez.
Es que las elecciones municipales estaban a un paso y el grupo empresarial interesado en el predio estaba apoyando al intendente en su reelección.
- ¡Y seguimos vendiéndonos por treinta modas de plata!- refunfuño el anciano con disgusto.
Hizo un bollo con la resolución y la encesto en el basurero que se hallaba a unos metros de él. Tomó el teléfono negro, de disco, y verificó que estuviese funcionando. No podía tardar en sonar.  El Gobernador se lo había prometido:
-Le doy mi palabra Don Pepe, la Residencia Gremlin no caerá. Vaya tranquilo, antes de la fecha prevista para la demolición el asunto estará solucionado.
Pero la fecha había llegado y los obreros junto con las pesadas maquinarias se hallaban como hienas expectantes ante la agonía de su presa, esperando en lo que fuese otrora el jardín estilo Versalles y la casa de huéspedes, hoy un sucio estacionamiento tarifado.
José sacó de su chaleco el reloj de bolsillo, lo observó y con amargura.
-Faltan veinticinco minutos… de esta habitación sólo me sacan con los pies para adelante-dijo verificando que la gruesa puerta de roble, de doble hoja,  se hallara cerrada con llave.
Aflojó su corbata de moño volvió a sentarse en el sillón, puso el teléfono sobre sus piernas y suspiró hondo.
-Tranquilo Pepe, el teléfono sonará de un momento a otro-dijo una tranquilizadora vos femenina.
-¿Quién…Quién está ahí?… ¿Cómo pudo entrar?-preguntó José sin ver a nadie en la habitación.
- Soy la esencia de la mansión- sentenció la voz.
- ¿Me estaré volviendo loco?- pensó para sí el anciano- yo no creo en fantasmas.
- No soy un fantasma. Ellos son almas errantes, yo estoy viva. Soy simplemente la esencia de este lugar-respondió la voz- ¿Recuerdas aquel articulo que leíste a finales de los sesenta en aquella revista científica en donde se decía que las voces de los que vivían en una casa quedaban grabadas en las paredes como si fuese en un magnetófono?
- Recuerdo bien… pero una cosa es que las voces y ruidos se graben en las paredes y otra es que uno pueda escucharlos… ¡Y hablar con ellos!
- Lo que pasa es como digo, soy la esencia de esta casa, el alma si te parece mejor, y utilizo los recuerdos que en mis muros se encuentran para comunicarme con tigo…Todo en el universo tiene su espíritu ¿Nunca has oído de la Pachamama o de Gaia, el alma de la tierra?...Se bien que no eres de esos que creen que el hombre es el único que tiene derecho a tener alma. Plantas, agua, tierra, animales, planetas, todos tienen su alma y todas ellas son parte de un todo universal.
- Pero… ¿Por qué me dices todo esto?... ¿Por qué recién ahora te muestras ante mí?
- No crees que ya es tiempo, después de todo lo que hemos compartido en estos… ¿Cuarenta y dos años?...
- Cuarenta y dos años, seis meses, cuatro días-respondió el anciano.
-¿Ves?, toda una vida juntos. No olvido cuando nos conocimos. Acababa de ser demolido el viejo Hotel del arroyo, aquel que fuera la residencia del fundador del pueblo, Don Hilario Bustamante, y se disponían a hacer lo mismo con migo.
- Recuerdo. Querían construir una gran playa de estacionamiento.
- Y enfrentaste valerosamente al intendente municipal de turno y luego al gobernador mientras un grupo de jóvenes y algunos vecinos de la ciudad, recibían una brutal golpiza por parte de la policía municipal. Aunque en aquella oportunidad perdí el bello jardín y la casita de huéspedes, gracias a tu intervención, seguí en pié, transformándome en el primer museo de la ciudad.
-Éramos idealistas… ¡Hippies nos decían!-dijo riendo de buena gana José.
-¿Quieres verte?
- ¿Verme…?
- Si, ve al cuarto de la torre…será como ver una “cinta” en “Tecnicolor”.
Incrédulo y confundido, por estar hablando con las paredes de la Residencia Gremlin, subió por las gastadas escaleras de mármol e ingresó a la habitación de la torre, desde la cual, hasta hace treinta años podía verse toda la ciudad, hoy obstaculizada por los altos edificios de departamentos.
Hacia tiempo que José no subía a aquella habitación que servia de depósito de trastos viejos.  Las paredes estaban agrietadas y el cielorraso que rodeaba a la cúpula central   había caído en parte. Se acercó a una de las cuatro ventanas de aquella habitación y miró por ella. El sol brillaba, los edificios de departamentos, que desde hacia treinta años obstaculizaban la visual, no se encontraban y la vieja estación del ferrocarril, de estilo ingles ubicada a cincuenta metros de donde se encontraba, lucia su antiguo esplendor, aquel que perdió cuando por causa de la electrificación del ferrocarril fue “apresada” en una despersonalizada construcción de cemento.
-Mira-dijo la voz- junto al viejo ceibo, Alli con los jóvenes estas avanzando con las pancartas… ¿Aquel hombre que está junto a su esposa e hijo no es Gumersindo Sosa?
- Así es… y el niño que lleva en brazos es el actual gobernador de la provincia… Luís Sosa… Debo volver al escritorio… Él puede llamar en cualquier momento.
- Tranquilízate… todavía faltan algunos minutos. Disfruta de la película que te estoy ofreciendo. Mira nuevamente por la ventana.
- ¿Qué pasó con la estación y las casas? ¿De donde salió tanto campo? ¿Y ese arroyo?-preguntó sorprendido José.
- Esta era la vista que se podía apreciar desde este lugar cuando recién me construyeron. Mira mi cúpula, con los bellos vitrales de entonces.
-Mister Gremlin, como sabes un empresario ferroviario- prosiguió la voz- vino a este paraje junto con Don Hilario Bustamante y ambos fundaron el pueblo. El arroyo que ves más halla es el que dio nombre a la residencia de Don Hilario, donde tiempo después los huéspedes del hotel se bañaban las tardes de verano. Lamentablemente hacia los años veinte, luego que se instalara el frigorífico en el vecino pueblo de Toro Tuerto, fue entubado debido al olor nauseabundo que emanaban sus aguas.
- Que bello lugar, ahora comprendo porqué tantos personajes ilustres de la historia de este país pasaron por este pueblo en su época dorada.
- No te imaginas el esplendor de las fiestas que se realizaban en el Gran Salón. El vino espumante corría como agua y mientras las orquestas ejecutaban innumerables piezas de vals los invitados danzaban hasta casi el amanecer.
-¿Y este catalejo? Nunca lo había visto antes…debería estar junto con las otras piezas del museo.
- Es el que usaba Mister Gremlin,  para espiar a las mujeres que bajando tren, dejaban ver las puntas de sus enaguas. Era un verdadero bribón el Mister. Puedes usarlo, recuerda que todo lo que fue visto con él esta grabado en su memoria.
José Tomó el catalejo y dirigiéndose a otra de las ventanas observó en dirección a donde se encontraba el Hotel del arroyo, en el cual se estaba festejando las bodas de oro del vicepresidente Bussio.
- Esto es maravilloso… Tengo que estar soñando…Siempre desee poder ver al pueblo como era en sus comienzos, en especial las fiestas que en él se realizaban.
Te lo mereces Pepe… Gracias a tu intervención en los setenta y el empeño que pusiste en la recolección de objetos y recopilación de las anécdotas de los antiguos habitantes es que se preservó la memoria de esta ciudad. Y como sabemos un pueblo sin memoria no es nada.
- Todo habrá sido en vano si destruyen este lugar. El último vestigio de aquella época.
- Deja de preocuparte y sigue observando… Recuerdas cuando eras pequeño, los famosos carnavales en el Hotel del arroyo…
A medida que la voz de la residencia narraba los sucesos que marcaron la vida de aquel pueblo, y las del mismo José, las imágenes se presentaban con maravillosa nitidez.
- Es increíble…Es como si estuviera soñando…
Varias explosiones hicieron que José vuelva a observar por la ventana que daba a la estación.
Ya no llovía. La gente del pueblo se había congregado masivamente y habían rodeado al viejo museo de la ciudad, como lo hiciera cuarenta años antes. Las bombas de estruendo, lanzadas por los manifestantes, explotaban a pocos metros de la ventana mientras los obreros de la constructora amenazaban pasar por encima de ellos con las pesadas maquinarias, mientras el abogado de los empresarios que deseaban demoler el edificio, el intendente y una decena de policías municipales exigían la retirada de los manifestantes.
-No te preocupes Pepe… mira -volvió a señalar la voz.
Un par de motocicletas abrían el paso, con sus sirenas, a un automóvil negro, con chapa de la gobernación de la provincia, del cual descendió un hombre de traje azul. Un silencio sepulcral se apoderó del lugar. El recién llegado entregó un sobre al intendente, quien luego de leer su contenido se lo entregó resignado al abogado quien con ira ordenó a los obreros que se retiren. ¡La Residencia Gremlin desde ese momento sería patrimonio nacional!
El público exploto en ovaciones y fuegos artificiales estallaban en el cielo que comenzaba a despejarse. Después de casi dos meses se veían nuevamente las estrellas.
El funcionario de la gobernación, seguido de los vecinos, entró a la residencia.
José, presuroso descendió al despacho para recibir dignamente al representante del gobernador y darle las gracias por haber evitado la destrucción de aquel tesoro vivo de la ciudad.
Al llegar al final de la escalera vio que la puerta había sido forzada y que la multitud callada miraba acongojada hacia el interior.
Sin dificultad se abrió paso entre la gente y antes de llegar a la puerta escuchó que la campanilla del teléfono sonaba insistentemente.
- ¿Pero que ocurre aquí? No necesitaban romper la puerta-dijo José- ¿Qué se quedan viendo? ¿Acaso nadie puede atender el teléfono? De seguro es el Gobernador. ¡Atiendan por favor!
José llegó a la puerta y comprendió lo que pasaba. Miro las viejas paredes de casona, se despidió de esta y se marcho satisfecho de haber cumplido su misión: Detener para siempre la picota sobre la antigua residencia.
Dentro del despacho del museo, el funcionario de la gobernación sostenía el tubo del teléfono y junto a él, iluminado por la luz de la luna que se filtraba por la ventana, sentado en el sillón de cuero, con el teléfono todavía sobre sus piernas, una amplia sonrisa y los ojos fijos en la ventana, se hallaba el cuerpo sin vida de José.

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sábado, 4 de febrero de 2012

La florista (cuento)

Aunque el sol brillaba en lo alto, sus tímidos rayos apenas traspasaban la niebla matutina que asemejaba un frío y gigantesco edredón que cubría a la cuidad.
Andrés, un joven visitador médico, bajó del ómnibus y cruzó la plaza, en dirección al hospital que se encontraba enfrente, sin mirar siquiera a las decenas de personas con las que se cruzaba a diario. Por su mente, como si de una computadora se tratara, sólo pasaban los rostros de los médicos a los que vería esa mañana, y la forma de crear la mejor estrategia para venderles sus productos.
Ya estaba subiendo por las escaleras de la explanada del nosocomio cuando vio, al descuido, a una mujer que llevaba un ramo de flores.
- ¿Pero cómo pude olvidarme del cumpleaños de Clara?- dijo para si mismo el joven.
Clara era la secretaria de un oncólogo de aquel hospital, uno de sus mejores clientes, y aunque al principio se había acercado a ella solamente para llegar al médico, fue él quien quedó atrapado en las redes de aquella bella mujer.
Sin pensarlo dos veces, bajó nuevamente las escaleras y se dirigió a uno de los lados de la plaza donde se hallaba un pequeño kiosco de venta de flores. Fue cuando la vio por primera vez.
Sentada en un pequeño banco de madera de largas patas, vistiendo una polera blanca, pantalón de color azul, mocasines negros, se encontraba la florista trabajando sobre un pequeño arreglo floral.
- Buenos días señorita… ¿Fría mañana no?-dijo iniciando la conversación.
- Fría pero bella. La gente pasa todo el día por la plaza y no se da cuenta de la belleza que le rodea. Mire… ¿ve la rama de aquel árbol? Observe como los rayos del sol la iluminan ¿No le parece bello?- respondió la joven con una melodiosa, dulce y cristalina voz.
En realidad era un bello espectáculo ver como los rayos del sol jugaban no sólo con aquella rama sino con cada uno de los árboles de la plaza por la que día a día pasaba como un autómata.
- Tiene razón señorita, no me había fijado- afirmó Andrés, observando más detenidamente a la florista.
La joven, como si fuera una más de las violetas que vendía, era de simple belleza y aunque podría pasar desapercibida entre la multitud, había algo en ella que la hacia destacar. Tal vez, ella era consciente de ello ya que llevaba un maquillaje discreto, los labios de su pequeña boca pintados con un suave labial rosa nacarado, y sujetos sus negros y largos cabellos, peinados en forma de rodete, con una fina caña de bambú.
Estoy buscando un arreglo floral para un cumpleaños.
- ¿Algo en especial?, ¿la homenajeada es su novia tal vez?-indagó la joven.
- ¡Ojala!-dijo Andrés suspirando- Es una amiga especial… Podrían ser rosas rojas…no se ¿Qué me sugiere?
-Mmm… Si es una amiga…y es tan especial como dice… regálele un ramo de violetas.
- ¿Está segura? ¿Sólo violetas?
- Tal vez no sea lo que ella espera-dijo sonriendo angelicalmente- pero las violetas, somos así: le ayudamos a la gente a ver que tan especiales son las personas que les rodean.
- Sabe que… seguiré su consejo. Déme las violetas.
La joven tomo un ramillete de las delicadas flores las salpico con el agua de un rociador de mano, las envolvió hábilmente con un bello papel celofán color lila y por último sujetó este con una cinta del mismo color que terminaba en un sencillo pero delicado moño.
- ¡Muchas gracias señorita!, ha quedado muy bonito el ramo. Creo que quedaré como un rey.
- Eso espero, y que tenga un hermoso día.
- Igualmente…pero, disculpe…no me dijo su nombre.
- Cláro que se lo dije. Es usted quien debe prestar más atención. Soy Violeta-dijo volviendo a sonreír dulcemente.
- Cierto…”las violetas somos así”-recordó las palabras de la joven riendo de buena gana- Mi nombre es Andrés.
- Muy bien Andrés, si alguna vez vuelve a pasar por aquí me gustaría que me cuente que tal le fue.
Y así lo hizo. Al día siguiente volvió solamente para contarle como Clara, feliz según su punto de vista, había recibido el obsequio. Cómo lo había colocado en un porta lápices de plástico, luego de llenarlo con agua, y ponerlo debajo de media docena de jarrones de rosas que había recibido por parte de otros visitadores médicos. 
Aunque al principio no lo notó, cada vez que en su recorrido le tocaba visitar a los clientes de aquel hospital en vez de cruzar la plaza, la rodeaba, para así pasar por el kiosco de flores, simplemente, para saludar a la joven o cruzar un par de palabras con ella, en especial cuando su día no había sido del todo bueno.
Es que Violeta era como un sol que con su sonrisa, sus chispeantes ojos marrones y su calida voz, disipaba toda nube de pesimismo que podría surcar a su alrededor.
Poco a poco se hicieron amigos y compartieron tanto alegrías cómo pesares, llegando inclusive, a una intimidad tan sincera que sólo los amigos del corazón pueden llegar a tener. Porque eso eran ellos dos: Hermanos del corazón. Dos líneas paralelas las cuales a pesar de compartir los mismos sueños, el mismo camino, estaban destinadas a caminar juntas, aunque sin tocarse por toda la vida.
Cada vez que uno de los dos tenia una noticia importante de inmediato se la comunicaba al otro, inclusive antes que a los otros afectados por esta. Era en estas oportunidades cuando cruzaban al otro costado de la plaza, entraban al “café de la plaza” y se tomaban cinco minutos para compartir una taza de té con doscientos gramos de bizcochitos de grasa, los cuales fascinaban a ambos.
Fue en este mismo café, su “lugar de las buenas noticias”, que ella le dijo una mañana que aceptaría casarse con un joven médico del hospital y tiempo después que sus temores infundados de padecer algún tipo de enfermedad en realidad se debían a que estaba embarazada.
Del mismo modo que ambos compartían sus alegrías y logros también se apoyaban en sus pesares, como en las veces en que Clara jugaba con los sentimientos del enamorado Andrés o cuando el marido de Violeta cambió de actitud hacia ella una vez que nació su hija.
Un día, la joven dijo que debería cerrar la florería ya que a su esposo lo transferirían a una ciudad del interior, donde lo acababan de nombrar director del hospital de esa región.
- Me alegro mucho por ustedes- respondió Andrés sinceramente- Esa ciudad no es el fin del mundo, esta a sólo seis hora de aquí. Además es una oportunidad que no pueden desaprovechar.
Ella sonrió, cerró la pesada cortina metálica del kiosco vació y quitando de su pequeña cartera de cuero negro una tarjeta personal, se despidió diciendo:
- Este es el número telefónico, llámame cuando puedas.
Aunque al principio se telefoneaban periódicamente, poco a poco estas llamadas comenzaron a menguar y finalmente desaparecer.
Dos años habían pasado desde la última llamada telefónica. Andrés estaba dentro de un atestado ascensor cuando su teléfono sueña. Dificultosamente toma el aparato y contesta:
- Hola…
- Hola ¿Andrés?, Soy Violeta… Estoy en la ciudad y estoy muy feliz. Quiero verte en nuestro lugar de las buenas noticias.
- ¡Vio! ¡Que alegría!, Claro que voy a verte, ahora estoy en el ascensor del nuevo hospital de la ciudad. Te veo en…veinte minutos… ¿Te parece?
- Dale te espero-respondió ella y cortó.
Habían pasado casi tres años de su último encuentro.
Andrés también estaba feliz, pues hacia dos semanas que se había casado con una pediatra y estaba ansioso por contarle la nueva a su amiga, así que tomó el ómnibus que lo llevaba hasta aquella entrañable plaza y, como lo había predicho, en veinte minutos estuvo parado en la puerta del café.
Allí estaba ella, vestida sencillamente con una discreta blusa blanca y una pollera azul y aunque ahora usaba el cabello corto y se había teñido de color castaño claro, su sonrisa iluminaba el lugar como la primera vez que la vio, aquella fría mañana hacia ya trece años.
-¡Vio! ¡Tanto tiempo! Qué casualidad que estés por aquí…Tengo tanto para contarte.
-Las casualidades no existen mi amigo. Leí un e mail que decía que lo que creemos son casualidades no son más que faros que pone el destino para que no nos desviemos del camino que tenemos marcado, y aunque insistimos en no verlos, estos se presentan ante nosotros con una luz cada vez más brillante- interrumpió la joven, abrió su bolso y sacó una carpeta color negro.
El joven abrió la carpeta y de inmediato reconoció que eran papeles legales.
- Es mi divorcio -sentenció-. Al fin estoy libre, ya no podía estar un minuto más con ese hombre que ni bien nació mi hija Kira se metió con cuanta enfermera o doctora se le cruzara en su camino. Si no tomé esta decisión antes fue por mi pequeña… Entre paréntesis, acá tengo una foto de mi princesita.
Violeta volvió a guardar la carpeta con los documentos en su bolso y en su lugar sacó una agenda azul dentro de la cual, pegada en la parte interior de la tapa, se hallaba una foto de la adolescente, muy parecida a su madre aunque con los ojos azules de su padre que hacían contraste con su negra cabellera.
- ¡Que grande está!, todavía recuerdo cuando la traías a la florería y jugaba con los pétalos de rosa caídos en el suelo.
- ¡Es que pasaron trece años! Esta hecha toda una señorita -dijo Violeta con orgullo de madre- Pero dime - ¿Cuál es la buena noticia tienes para darme?
- Intenté mucho llamarte pero tu teléfono me daba apagado continuamente- respondió, mientras el mozo que había traído el habitual pedido se retiraba contando los billetes que el joven le había abonado.
- Disculpa, es que no quería recibir llamadas insultantes de mi ex marido. Pero cuéntame, cuéntame, no me dejes con la intriga ¿de que me he perdido?
- Hace seis meses me nombraron gerente regional de ventas del laboratorio en donde trabajo y hace dos semanas me casé- respondió feliz Andrés mostrando el anillo de bodas que hasta ese momento había quedado desapercibido para la joven.
- ¿Te casaste?-dijo Violeta con un extraño tono, aunque esto pasó desapercibido por Andrés.
- Sí, ella se llama Carla y es pediatra. Mira, aquí tengo una fotografía suya-dijo sacando de su billetera una foto carné.
- Es muy bonita. Espero que sean muy felices.
- Descuida Vio, a ella le gustan las violetas…bueno las violetas y todo lo que le regalo- reveló riendo de felicidad.
-Realmente me alegro mucho por vos. Al fin parece que encontraste a tu media naranja.
-Así es y estoy seguro que pronto lo harás tú. Vas a ver que pronto me llamarás para contarme la buena nueva. Recuerda que soy medio brujo -rió el joven.
- La vida tiene sus vueltas y sacudidas, puede que nos machuque y golpee duro pero finalmente no hace reposar y recobrar fuerzas bajo los tibios rayos del sol.
- Y ahora que eres libre ¿volverás a abrir la florería?-preguntó él.
- No. Me quedaré con mi botín de guerra- dijo ella refiriéndose a la casa que había quedado a su nombre luego del divorcio- Además, Kira tiene sus amigas y sería otro trauma más, sobre sus pobres hombros, el venir a la capital…
-Uy…Hablando de mi hija, si no me apuro perderé el ómnibus y el próximo sale pasada las diez de la noche-dijo Violeta mirando su reloj pulsera- Fue agradable encontrarme nuevamente con tigo. Espero que alguna vez vengas con tu esposa a visitarnos.
- Eso espero, aunque no puedo prometerte…ya sabes como es la vida del medico… ¡Los pacientes en primer lugar!
- Ojala todos los médicos tuvieran esa premisa-respondió con amargura.
- Olvida al granuja ese. No supo apreciar lo que tenía a su lado.
Violeta guardó la agenda en su bolso, lo cerró, se acomodó la blusa, miró a su alrededor y al ver que el local estaba vació, sonrió y dijo mientras él la acompañaba a la puerta:
- ¿No te enojas si hago algo?
- No se que puedes traerte entre manos, pero sea lo que sea sabes bien que jamás podría enojarme con tigo.
Andrés no pudo terminar de decir estas palabras cuando Violeta, dejando su cartera sobre una mesa, lo abrazó con todas sus fuerzas para luego darle un beso en la mejilla y decir:-Gracias por estar siempre que te necesité. Te quiero mucho amigo.
Andrés quedó duro como una estatua, tanto que su inseparable maletín de visitador medico cayó de sus manos al piso haciendo un fuerte ruido.
Tímidamente y sonrojado, recogió el maletín y acompaño a la joven a la puerta donde le dijo:
- Yo soy el que te estará eternamente agradecido por soportar mis lloriqueos cuando le arrastraba el ala a Clara ¿Te acuerdas? Al final se quedo con su jefe.
- ¿Y para que están los amigos si no es para ofrecerte el hombro cuando lo necesitas? Tienes mi número telefónico, no dudes en llamarme cuando lo desees.
Ella se marcho, caminando por la despareja vereda de baldosas levantadas por las raíces de los árboles, mientras el sol comenzaba a descender en su sempiterno recorrido, y sus rayos, dibujaban arabescos diseños con las sombras.
Fue la última vez que la vio y jamás pudo llamarla por teléfono ya que Carla, en un arranque de infundados celos, al encontrar la vieja tarjeta personal que Violeta le entregara a Andrés años atrás la destruyó.
Como había dicho Violeta, no para todos los médicos los pacientes estaban en primer lugar, para algunos, como el ex esposo de la muchacha, las mujeres lo estaban y para otros, como Carla, el dinero era lo fundamental.
Seis años después de haber contraído nupcias, cuando el laboratorio que gerenciaba Andrés se vendió y este fue despedido por “re estructuración administrativa”, teniendo que volver a formar su cartera de clientes en un nuevo laboratorio,  Carla le pidió el divorcio. 
Una fría mañana de junio Andrés acababa de ver a un cliente justo antes de que este se cerrara su consultorio.
A pesar que le estaba yendo bastante bien con la venta de medicamentos, el mercado había cambiado en los años que estuvo en la gerencia. Sus antiguos clientes ya tenían nuevos proveedores y muchos de sus antiguos compañeros de trabajo o se habían retirado o mudaron sus recorridos a ciudades alejadas de la capital en donde la competencia era nula o casi imperceptible.
Un fuerte aguacero cayó de pronto. Andrés, empapado, corrió a cubrirse de la inclemente lluvia en la Terminal de ómnibus de la ciudad que se hallaba cruzando la calle.
La lluvia golpeaba con fuerza sobre el techo de chapa.
La vieja televisión del bar del lugar transmitía uno de esos aburridos programas enlatados que dan justo cuando uno no tiene nada que hacer, en donde un científico hablaba de la teoría de la relatividad en relación a las líneas paralelas y las casualidades.
 Resignado se sentó a una pequeña mesa redonda revestida de formica, sin mantel, a espera al mozo.
- Cuente nos profesor- dijo el presentador- entonces según lo que dice las líneas paralelas finalmente se tocan en el infinito.
- Así mismo, como le decía si aplicamos la teoría de la relatividad nada es absoluto…
- ¿Podría traerme una empanada con una gaseosa?- pidió Andrés al mozo cuando este por fin se presentó junto a él.
- Me va a disculpar pero no nos queda más empanadas, ni croquetas. De hecho, sólo nos quedan aquellos bizcochitos de grasa.
Andrés, miró a donde señalaba el dependiente y vio que se trataban de los mismos que tanto disfrutaba en compañía de Violeta.
- Violeta, Violeta, que se habrá hecho de ti-pensó con nostalgia.
- Está bien, tráigame cien gramos de esos bizcochos y una tasa de té.
Cuando regresó el hombre con el pedido y Andrés abono lo que debía, repiqueteó el teléfono celular con característico sonido que había llegado un mensaje de texto.
Andrés no estaba de humor para mensajes y como este era de aviso de una red social, lo ignoró.
En la televisión seguía el profesor hablando cosas que para Andrés no tenían sentido.
- Es así mismo, la casualidad no existe-dijo el profesor cuando fue interrumpido por otro mensaje de texto de aviso de la misma red social.
- Capaz sea más interesante lo que pasa ahora en el ciberespacio que lo que dice este charlatán- pensó malhumorado por lo que se conectó con su celular a Internet y comenzó a navegar. Grande fue su sorpresa cuando leyó: Violeta quiere ser tu amiga.
De inmediato entró en el perfil de la solicitante y al ver su foto la reconoció de inmediato. Su cabello le llegaba a la cintura y ahora era rubio. Su rostro estaba surcado por algunas de esas líneas que el tiempo se empecina en dejar pero sin dudas esa sonrisa cálida, sincera y electrizante era la de su entrañable amiga. La acepto de inmediato y un nuevo mensaje llegó:
- Hola amigo, navegando por el ciberespacio la casualidad me hizo encontrarte después de tantos años.
Torpemente, sea por la emoción del reencuentro o porque odiaba escribir masajes de textos, tecleó:
- Envíame tu número telefónico. No soy muy amigo de esto de las redes sociales.
- Todo es relativo. Las líneas paralelas no lo son tanto y las casualidades son simplemente faros que el destino pone para que no nos apartemos del camino trazado- escucho Andrés atónito al profesor de la televisión en el mismo momento que volvía a repicar el teléfono avisando de un nuevo mensaje entrante, en donde estaba el número telefónico solicitado.
Había dejado de llover y el sol brillaba en lo alto sobre un hermoso cielo azul.
En el altavoz de la Terminal, una vos distorsionada anunciaba la partida del expreso a la ciudad donde Violeta vivía.
Andrés miro el perfil de su amiga y al ver su situación sentimental sonrió.
 - ¿Y por qué no?-pensó Andrés- ¿Será que aquel profesor de la televisión tenía razón y las casualidades, como había dicho hace tiempo la muchacha, eran guías luminosas para retomar la senda perdida?  Y si esto fuera cierto, esta vez, su luz era tan intensa que no podía ser ignorada.
El visitador médico, sacó la billetera del pantalón, contó el dinero, verificó que tenía consigo las tarjetas de débito y crédito, y dirigiéndose al bus que se disponía a partir, marco el número de ella.
Había llegado el momento de comprobar si realmente las líneas paralelas podían, finalmente, tocarse en el infinito… Aunque él estaba seguro que ese encuentro sería materializado con un apasionado beso, dentro de aproximadamente seis horas, en la Terminal de ómnibus de la ciudad de Violeta.
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Tu lámpara de Aladino

La semana pasada conversaba con un conocido y de pronto estaciono, a unos metros de donde estábamos, un automóvil  0 kilómetro. El joven, miro al vehiculo y luego de hacer una exclamación de admiración, aunque un tanto soez con respecto a la “suerte” del dueño del automóvil, siguió conversando.
-¿Te gusta ese auto?- le interrumpí
-¡Claro que sí! Quién no quisiera tener uno así en su garaje…y no la catramina que tengo- mascullo esto ultimo.
-¿y cuando te compras uno así?
-¡Ni pensarlo! ¿Acaso tenés idea lo que cuesta?, con lo que gano en mi trabajo apenas me da par pagar la nafta y el taller del que tengo…
Luego de quejarse por más de quince minutos de su auto, su trabajo, su salud y hasta su suegra, se despidió, miro por última vez aquella bella máquina y se marcho cabizbajo pateando una botella de plástico vacía de gaseosa que se le cruzo en su camino.
Actitudes similares a las de este joven, llenas de negativismo, y desazón las vemos a diario a nuestro alrededor. Personas que aunque tienen todas las posibilidades para triunfar, van por la vida  con la cabeza gacha y conformándose, aunque protestando por sus adentros, de la suerte que les ha tocado.
Según un mail que recibí, en Harvard, un profesor llamado Ben Shahar que dicta un curso llamado “Mayor felicidad”, dice: “Sé asertivo: pide lo que quieras y di lo que piensas”.
Según esta frase, el pensar negativamente es como si emitiéramos un deseo contrario a lo que en realidad queremos, alejándonos de esta manera de cualquier intento por lograr nuestro objetivo.
La frase “pide y se te concederá” no ha sido dicha al azar.
Con esto no quiero decir que todo se resume a  frotar la lámpara de Aladino y listo. También cierto que muchas veces los problemas vienen todos  “en patota”  y vemos todo negro…y más negro lo veamos más negro se pondrá… y eso sin dudar, ya que somos nosotros mismos los que “deseamos” esta negrura con nuestro negativismo.
Dejarse estar y aguantar en silencio situaciones, palabras hirientes y personas negativas, solo trae tristeza y desesperanza, siendo estas dos las llaves para hacer rodar la rueda negativa de nuestra vida.
Desterremos de nuestro léxico los famosos “si, pero” y el “no, porque” pues son frases que frenan nuestro andar, retrasando la llegada a nuestra meta.
La solución a nuestros problemas y la concreción de nuestros deseos radica en nosotros mismos. Nuestra luz interior, a través de nuestra mente, es la lámpara de Aladino.
El simple hecho de desear, positivamente, con el alma y la mente, tarde o temprano hará que nuestros deseos se cumplan y podamos ser felices.  No importa cuando se cumplan nuestros sueños, lo importante es saber que se transformarán en realidad y jamás perder la esperanza en esto.
Por eso cuando mañana te pregunten:
-¿Te gusta ese automóvil?
La respuesta, sin dudar, será:
-Sí, el mío será igual a ese y de color azul.