Cuentos en el blog

sábado, 17 de marzo de 2012

El conductor (Cuento)


Los rayos del sol caían con fuerza sobre el mercado donde centenares de  casillas, construidas en su mayoría con chapas de zinc se apiñaban sobre veredas y gran parte de las calles transformadas en estrechos senderos de asfalto a punto de derretirse.  El aire, mezcla hirviente de los olores de restos orgánicos en putrefacción y agua servida, era casi irrespirable y producía una sofocante y sensación de quemazón en la garganta y pulmones al inspirarlo.
Salvo los ómnibus y algunos  automóviles de lujo que  pasaban por la gran avenida, que dividía al mercado en dos, pocos se atrevían a aventurarse a recorrer aquel lugar.
-          Abel, ¿Estas loco? ¿Acaso pretendes morir de insolación?- dijo doña Nicasia a aquel hombre, de cuarenta años, desalineado y totalmente empapado en sudor que llevaba sobre su carretilla una decena de cajas de naranjas apiladas.
-          ¿Morir?... ¡mal no me vendría!-dijo con amargura el hombre mientras descargaba uno de los cajones y lo colocaba sobre el improvisado mostrador hecho con tablas y caballetes.
-          No llame a la muerte que ella puede oírlo y venir a buscarlo -dijo la rolliza mujer, luego de sacar de entre sus pechos un rollo de billetes y abonarle por la mercadería.
Abel no respondió. Se limitó a hacer un remedo de forzada sonrisa, contó el dinero, lo colocó en su bolsillo y prosiguió su camino por la despareja vereda cubierta, en parte, por restos de baldosas y cascotes.
-          Mi mala suerte es tan grande que ni la muerte desea acercarse a mí- se compadeció a si mismo para sus adentros- ¿Quién diría que llegaría a esto? Hace diez años lo tenía todo y ahora estoy vendiendo cajas de naranjas bajo este sol infernal.
Un bocinazo seguido de una frenada brusca y el ruido de metal y madera al golpearse bruscamente lo sacaron de su ensimismamiento.
-          Es lo que siempre digo, sólo la desgracia me persigue –dijo mirando su carretilla destruida y las naranjas desparramadas y aplastadas contra el calcinante asfaltó de la avenida por los automóviles que pasaban raudamente sin siquiera detenerse a mirar.
-          Bueno, no hay nada que hacer. Aquí se acabó mi día… y mi trabajo.
Subió al primer autobús que paró junto a él, percatándose que llevaba solamente un par de pasajeros, a pesar de que a esa hora debería estar repleto.  
-          Hasta la Terminal por favor.
-          ¿Está seguro?... ¿Usted sabe donde queda la última parada de este transporte?
-          Me da lo mismo. Nadie me espera en ningún lado de este mundo… cualquier lugar es bueno…y más lejos mejor.
-          Está bien… pero no tengo para darle su vuelto así que siéntese detrás mió y cuando vea que tengo para su vuelto me avisa.
Abel obedeció al conductor y se quedó contemplándolo por varios minutos por el espejo.
De edad indefinible y blancos cabellos, el conductor, era tan delgado que casi podían verse sus huesos. Pero lo más llamativo de aquel hombre eran sus profundos y negros ojos, carentes de expresión.
-          Por lo visto conoce bien las calles, hasta ahora no he sentido ninguno de los baches que las hacen casi intransitables-dijo Abel al extraño conductor intentando entablar conversación.
-          Así es…hace mucho tiempo, mucho antes de que estas existieran como tales.
-          ¿Y no se aburre?
-          Es el trabajo que se me asignó… aunque le mentiría si le dijera que no me molesta que las personas, a pesar de temerme, igualmente desean viajar con migo cuando no es su hora.
-          Disculpe…no comprendo… ¿qué quiere decir?
El conductor no respondió y siguió su camino con la vista al frente.
Una cuadra después se detuvo para que abordaran dos mujeres, un perro y a un gato quienes se acomodaron en el fondo del vehiculo junto a los otros pasajeros.
-          ¿No esta prohibido transportar animales en este servicio publico?- preguntó el sorprendido Abel en voz baja.
-          No se preocupe estoy seguro que a ninguno de los pasajeros les molesta además si yo no los llevo ¿Quién lo hará?...
El vehiculo siguió su errante recorrido por la ciudad hasta que uno de los pasajeros dijo:
-          Deténgase por favor ahí esta mi hermano.
El conductor miró su reloj y se detuvo abriendo la puerta del vehiculo para dejar subir al nuevo pasajero diciéndole:
-          Pase don Felipe, siéntese junto a su hermano. Estoy seguro que tienen mucho de que hablar.
El anciano sonrió y se acomodó junto a su hermano.
Abel observó con tristeza la escena. Ya ni recordaba la última vez que habló con su hermano con quien había peleado… y lo peor que no recordaba el motivo.
-          Disculpe mi impertinencia-dijo el conductor- pero lo noto triste y amargado ¿Cuál es su problema?
-          De unos años para acá el fracaso y la tristeza me persiguen y por más que lo intento me hundo cada vez más hondo en un abismo sin fondo. Todo me sale mal, todos me dan la espalda, mi vida es un asco. Fíjese, es tanta mi desgracia que recién me atropello un vehiculo y en vez de matarme sólo destruyo mi herramienta de trabajo y mercaderías.
-          ¿Nunca se ha planteado que es su actitud la que lo lleva a ser rechazado por la gente y que su pesimismo es el que atrae a su desgracia? Tal vez si cambia de actitud…
-          Le agradezco sus palabras pero no me creo eso de los libros de autoayuda. No son más que auto ayuda para los bolsillos del autor.
Para que sepa, mi vida no siempre fue así. Lo tenía todo y de pronto todo cambió. Si eso de que los pensamientos positivos atraen a la “buena onda” y el dinero nunca hubiera llegado a la situación actual. Sólo la muerte podría sacarme de esta miserable vida.
 El chofer frenó abruptamente se desabrocho su cinturón de seguridad y abriendo la puerta dijo:
-          A riesgo de perderlo como pasajero le enseñare algo. Acompáñeme:
-          Pero…¿Está loco? ¿Dejara a todos los pasajeros esperando?
-          Estoy seguro que no se enojarán - dijo el anciano levantando al atónito Abel de su asiento y conduciéndolo fuera del vehiculo.
El conductor, tomó de su bolsillo un manojo de llaves y con gran destreza abrió la puerta de la vivienda frente a la cual se había detenido el ómnibus y, una vez dentro, empujó a Abel a la cocina vacía donde se hallaba una mujer preparando el almuerzo.
-          Ya casi estoy lista para partir. Déjeme terminar de cocinar este guiso-dijo la mujer al ver al chofer.
-          No te preocupes Julia yo lo terminaré. Ve con los otros pasajeros y acomódate en el ómnibus.
-          ¿Este guapo vendrá con nosotros hasta la terminal?
-          Tal vez…
-          Es una pena, es tan joven…Pero bueno… apúrense con el guiso y no me desordenen la cocina. No quiero que mis parientes encuentren la cocina sucia- dijo la mujer cerrando la puerta detrás de ella.
-          Prueba ese trozo de carne- ordenó el chofer.
-          Pero está cruda, al igual que las demás legumbres.
-          Tienes razón, su gusto no es agradable al paladar- dijo el chofer poniendo una olla sobre el fuego- ¿Tienes hambre?...
-          No he comido en dos días…pero… y los pasajeros…
-          Ellos pueden esperar, además llegaremos a la terminal a la hora señalada.
-          No quiero que por mi culpa usted conduzca alocadamente y fuera de la velocidad permitida. Podría causar un accidente y hasta morir sus pasajeros. ¡Usted mismo podría hacerlo!
Me extraña que hable así un valiente que llama continuamente a la muerte- dijo el conductor mientras arrojaba las legumbres sobre la carne que comenzaba a dorarse en el fondo de la olla- ¿Has escuchado hablar de Hermes?
-          Sí, voté por el en las ultimas elecciones.
-          No me refiero al político-rió el conductor- sino al de la mitología griega, aquel que guiaba a las almas de los muertos hacia el submundo y se creía que poseía poderes mágicos sobre el sueño.
-          ¿O sea que era el dios de la muerte?
-          No era un dios, aunque se ha hecho creer a la gente que lo era, al igual que Anubis en la mitología egipcia. Yo prefiero decir que eran los conductores de la barca que llevaba a los seres de una orilla a otra, de un estado a otro, del lugar donde lo encontró el fin de su existencia terrena a su próximo destino.
Hace bien en pesar como lo hace, después de todo, el temerle a la muerte sería como temerle al conductor de un autobús… Mmm, este guiso quedará sabroso- dijo el chofer agregando un poco de sal al preparado que bullía en la olla de la que emanaba un delicioso aroma.
-          Disculpe… pero… recordé que… debía encontrarme con un amigo aquí cerca- hablo con voz temerosa Abel.
-          Pensé que dijo que no tenia a nadie en este mundo…No se preocupe…esto terminará pronto- respondió el conducto tomando del cajón un cuchillo de cocina de grandes dimensiones.
-          ¿Qué…que va ha hacer…con ese cuchillo?-pregunto Abel tembloroso.
-          Cortar el apio... ¿o prefiere el perejil? No hay nada mejor para agregarle un toque especial a este guiso. Vaya siéntese a la mesa que lo serviré en un par de minutos.
Abel obedeció sin decir palabra. Estaba aterrado por la actitud de aquel extraño personaje. El frió sudor recorría todo su cuerpo.
-          Un poema, delicioso-dijo el conductor mientras servia con un cucharón de madera el apetitoso potaje- Aquí tiene coma, coma.
Aprensivo, Abel espero a que el chofer comenzara a comer para hacerlo él.
-          Sabroso ¿no le parece?
-          En realidad no he comido un guiso como este en años.
-          La vida es como este guiso- dijo el conductor limpiándose la boca con una servilleta de papel- Nadie quiere comer carne y verdura sin cocinar, pero se chupan los dedos luego de que estos pasaron por unos minutos de cocción.
Así como las verduras y carne de este guiso tuvieron que pasar por el aceite y agua hirvientes para poder transformarse en este delicioso estofado, lo que usted y muchos piensan son golpes injustos de la vida, como por ejemplo, desgracias, perder un empleo o a algún ser querido, no son más que catalizadores o oportunidades, que una vez superadas, harán que se saque lo mejor de la persona, preparándola para los próximos desafíos.
Lamentablemente, como usted, la mayoría de las personas al auto compadecerse en vez de ver estos escollos como una oportunidad, lo único que hacen es deprimirse y auto compadecerse, entrando así en una espiral negativa de la cual cada vez es más difícil salir.
-          Tiene razón… pero…
-          Le daré un consejo amigo-dijo el sonriente conductor- saque de su vocabulario las justificaciones, el “si pero” y el “no porque” deben ser erradicados. Nunca piense que algo será imposible, porque al pensar así desde el vamos así será. Confié en su familia y en quienes lo aprecian, desestime las rencillas banales. Y por último focalícese en sus proyectos, sus anhelos y deséelos con toda su alma; con su corazón; con su mente; con fe en su Dios y de seguro lo logrará.
-          Es una pena que no lo encontré hace algunos años atrás…-suspiro Abel.
-          ¿No me ha prestado atención?-inquirió con el ceño fruncido el chofer-¿Quiere seguir por este camino o desea vivir la vida que usted se merece?
-          ¡Deseo vivir!
-          Eso era lo que quería escuchar… y quiere decir que no seguirá viaje en mi bus. En unos días retornará a su hogar-dijo el conductor satisfecho, levantándose de la mesa y dirigiéndose a la salida- Mis pasajeros aguardan debo irme.
-           Muchas gracias por sus palabras… y su guiso. Como usted dijo, es hora de desandar mis pasos y retomar el camino perdido… Pero dígame ¿Volveré a verlo?
-          Seguro…dentro de algunos años.
-          ¿Puedo hacerle una pregunta? ¿Cuál es su nombre?
El anciano sonrió y dijo:
-          Me han puesto tantos nombres que ya ni me acuerdo como me llamo… pero tú sabes quien soy.
El chofer cerró la puerta y Abel fue envuelto por un torrente de luz que lo hizo caer a velocidad vertiginosa, mientras a lo lejos percibía, cada vez más fuerte, sirenas y gritos de personas.
Un agudo y electrizante dolor en el pecho hizo que abriera los ojos.
-          ¡Lo tenemos devuelta!-dijo un paramédico que llevaba en las manos los electrodos de un cardiodesfibrilador- Tranquilícese señor…fue arrollado por un automóvil y lo estamos llevando al hospital… ¿Cómo se siente?
-          Vivo, y feliz de estarlo. ¡Tengo tanto por hacer!- respondió Abel sacándose la mascarilla de oxigeno que cubría su boca y nariz.
-          Tranquilícese, no se agite, estuvimos apunto de perderlo. Ha tenido mucha suerte. Al parecer la muerte no quiso venir junto a usted esta vez.
-          Se equivoca doctor... vino… y además cocinó para mí.
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viernes, 2 de marzo de 2012

El invisible del subterraneo (Cuento)


Miré instintivamente mi reloj. Eran las siete horas de una fría tarde de invierno y revisaba por enésima vez un artículo periodístico que debía presentar para el suplemento dominical.
Eché un vistazo a través de las empañadas ventanas de la oficina del periódico donde trabajaba desde más de veinte años y contemplé, por un instante, como las últimas luces del día comenzaban a ser reemplazadas por las de neón de los carteles y escaparates de la ciudad, mientras una hormigueante multitud de personas, regresaba a sus hogares después de una agotadora jornada laboral agolpándose en las paradas de autobús o en las escaleras que, ubicadas en la esquina, descendían a la estación del tren subterráneo.
El caos se apoderó momentáneamente de la ciudad. Bocinazos, gritos, insultos, transito congestionado, intolerancia, era la resultante del ánimo de aquella bulliciosa masa humana que en minutos más abandonaría a la ciudad para regresar, en su mayoría el próximo lunes.
Media hora después, envié el artículo por correo electrónico al diagramador que ansioso aguardaba para cerrar la edición, me puse mi sobretodo, bufanda, y guantes y descendí con el ascensor los siete pisos que me separaban de la planta baja.
El bullicioso caos de minutos atrás había desaparecido. Las luces de neón iluminaban las calles semidesiertas sólo habitadas por sombras de los invisibles nocturnos, indigentes y recicladores de basura, que poco a poco ganaban las calles con sus carros y voluminosos bagajes. Parias de la sociedad con vidas e historias que a nadie importaban.
Cómo de costumbre me dirigí al negocio de enfrente, intercambie saludos con el vendedor, compre un café y un sándwich de jamón y queso, y me despedí, para finalmente caminar los cincuenta metros que me separaban de la entrada al subterráneo.
Bajé las escaleras y luego de pasar por los molinetes me senté en una de las bancas a esperar la llegada del tren mientras leía las viejas noticias del diario de la mañana y bebía mi café.
El característico aroma de metal, grasa y combustible junto a una triste melodía ejecutada por un indigente, mediante una armónica, invadían el silencioso andén.
Aunque al principio no lo noté debido a que estaba concentrado en mi lectura, la música dejó de sonar.
-Disculpe, ¿no tendría algo para comer que le sobre?-dijo el vagabundo mirando el sándwich que todavía no había tocado y que se hallaba junto al vaso térmico de café, sobre la banca.
Baje el periódico y ante mí, vestido con un andrajoso sobretodo, barba y cabellos enmarañados y sucios, se hallaba un vagabundo con una de sus manos dentro del bolsillo de su abrigo.
Mis pulsaciones se aceleraron debido al prejuicioso y a veces infundado temor que todos tenemos ante este tipo de individuos y más aún cuando el sujeto sacó del bolsillo la armónica y se puso a tocar un Blues.
El mendigo, de edad indefinida y cuyo rostro me parecía conocido, tocaba de forma impecable. Fue cuando me fijé en sus manos las cuales aunque un poco temblorosas y surcadas por profundas arrugas y callosidades, denotaban haber vivido tiempos mejores.
-Tome este sándwich, buen hombre. Creo que calmará su hambre- dije cuando el hombre dejó de ejecutar el instrumento musical.
- Gracias, y disculpe la molestia pero es que debo llenar mi estomago, hoy es viernes y los fines de semana es más difícil encontrar algo con qué hacerlo- dijo el mendigo sonriendo mientras dejaba al descubierto sus tres únicos dientes.
- Sabe que… tome también el café, lo calentará un poco.
Los ojos del mendigo brillaron. Tomó con sus dos manos el vaso y bebió un largo trago.
- Gracias nuevamente… ¿Quiere que le toque otra música? Elija el tema…en estos años aprendí muchas canciones para sobrevivir: Blues, Jazz, moderno…-insistió el indigente.
- Me gustaría, pero primero beba su café. Está helando y se enfriará pronto.
- Yo no siempre viví así, si esto se puede llamar vivir… Pero es el precio que debo pagar por mis errores- dijo después de beber, sonoramente, otro sorbo luego de sentarse en la banca a mi lado.
- Hace quince años, tenia una bella esposa, un automóvil del año… ¡y de los caros!… - dijo sacando de uno de sus bolsillos un deteriorado recorte periodístico en donde se veía a un exitoso hombre de negocios recibiendo el premio del Empresario del año.
- Recuerdo esta foto, fue de las primeras que saque para el periódico donde trabajo antes de ser columnista. Era un empresario que luego de verse involucrado en un escándalo industrial nadie supo más nada de él- dije sin comprender que relación tenía aquel recorte con mi interlocutor.
El indigente al ver que no lo podía reconocer en aquella fotografía, con pesar prosiguió:
- El exitoso empresario de la foto era yo. Se que se le hace difícil reconocerme… Hasta a mí me ocurre. Lo tenía todo…y del día a la noche todo lo que había construido con tanto esfuerzo se derrumbó como castillo de naipes.
- Todo comenzó el día después que se sacara la foto- prosiguió el hombre- Me dirigía a mi oficina como todas las mañanas cuando vi a Rebeca, la mujer mas bella que había visto en mi vida. Voluptuosa y curvilínea como la que más, de cabellos rojos como el fuego, caminaba por la vereda de enfrente a donde me encontraba meneando su felino cuerpo.
De pronto, al llegar a la esquina, un ratero le arrancó de su mano la cartera y huyo.
Sin dudar, corrí esquivando a los numerosos transmutes que a esa hora se hallaban en el lugar y antes que el mal viviente pudiera darse cuenta le estaba propinando un puñetazo y recuperando la cartera robada.
Sin esperar nada a cambio, luego de entregar al malhechor a un policía, devolví el bien robado a la mujer.
Sorprendida, de inmediato me reconoció y me invitó a tomar un café.
Mientras conversábamos animadamente me confidenció, como al descuido, que estaba desocupada y que esa mañana ya había tenido dos entrevistas laborales fallidas.
De más esta decir que esa misma mañana Rebeca estaba instalada en mi despacho como mi nueva secretaria ejecutiva.
No se si fue su especial deferencia hacia mi persona, su simpatía, la eficiencia en su trabajo, su sensualidad o todo aquello junto que no pasó más de una semana antes que cayera en sus brazos…y en su cama.
- ¡Y quién no caería en los brazos de tal espécimen! Pero disculpe… no veo que tiene que ver su secretaria con que hoy este mendigando en las estaciones-dije intrigado.
- Como muchos, pensaba igual que usted. De hecho, la relación no iría más lejos que “darnos el gusto” de tanto en tanto, me decía a mi mismo.
Un par de meses, como si fuera una deliciosa droga que quemaba las entrañas, el “de tanto en tanto” se convirtió en todos los días. ¡Es que era única!
Sagaz, meticulosa y altamente profesional durante el día y un portentoso volcán en erupción por las noches. No tardó en convertirse en mi magma, el centro ardiente de mi existencia. Dependía absolutamente de ella en todo.
Pero como dice el dicho “cría cuervos que te sacarán los ojos”.
El saberse imprescindible y tener el poder y la información para serlo, hizo que se vuelva arrogante, déspota y discriminadora con el resto del personal, e incluso llegó a manipularme consiguiendo que cometa varias injusticias con mis dependientes, que hasta ese momento confiaba plenamente en mí.
Una tarde, finalmente, debido a un incidente entre mi secretaria y otra funcionaria, entre gritos, salió a la luz lo que hacia tiempo se murmuraba por los pasillos de Laboratorios Capital: Rebeca es la amante del Ingeniero Ortellado.
Al enterarse mi esposa del affaire, no tuve más remedio que despedir a la mujer quien juró vengarse. Y así lo hizo. Ni bien salió con sus cosas del edificio fue a la competencia y, a cambio de un puesto encumbrado, reveló información que hizo perder a “Laboratorios Ciudad” el liderazgo que había ostentado durante los últimos treinta años en el mercado de los cosméticos. De este modo, seis meses después, al descubrirse la fuente de la filtración de información fui despedido. Y como “pueblo chico infierno grande” ningún laboratorio ni empresa del país quiso contratarme al conocerse el escándalo. Un año después mi esposa pedía el divorcio… Y aquí me tiene…tocando la armónica por un sándwich de jamón y queso y un café- culminó el relato el hombre mientras se chupaba los sucios dedos.
La bocina de un cercano tren retumbó en el andén y seguidamente una brillante luz iluminó el oscuro túnel del subterráneo. Pronto el convoy paró en la plataforma y abrió sus puertas.
- Bueno Don Pedro debo despedirme-dije llamando al mendigo por su nombre.
- Puede que alguna ves haya sido el Ingeniero Pedro Ortellado- dijo tristemente-, hoy sólo soy un fantasma sin nombre, un ser invisible que deambula por las noches ante la indiferencia de la ciudad…
- Me alegró conversar con usted, y antes que se vaya quiero compartir algo que aprendí durante estos últimos años y que le puede ser de utilidad: Nunca olvide que el ser humano al igual que un edificio tiene ocultos, bajo su fachada y construcción, cimientos y pilares que lo sostienen como persona- dijo mientras me acompañaba hasta la puerta del tren.
El cimiento, son las tradiciones, costumbres, consejos, enseñanzas y vivencias que sus padres y familia formaron durante su infancia. De este cimiento parten siete columnas que son: El valor, coraje, fe, alegría, entusiasmo, honestidad y en ultimo lugar aunque no menos importante que los otros seis, el amor.
Cada uno de estos pilares debe estar bien equilibrado para que la persona también lo esté.
Sin tradiciones o renegando de lo que uno es, se pierde la sustentación ya que como aquel edificio sin cimientos o árbol sin raíces, al no tener como anclarse al suelo, el menor temblor lo desplomará.
Lo mismo ocurre con los pilares, todos deben estar en equilibrio, ya que la fortaleza de uno se transforma en la debilidad de los demás.
Yo tenía valor y coraje, que no dudé en mostrar al correr tras el ladrón de la cartera de Rebeca; tenía fe, alegría y entusiasmo gracias a los cuales llegué a ganarme la admiración de mis subalternos y llegar a ser el empresario del año. Sin embargo, al engañar a mi esposa, dejé de lado la honestidad lo que me hizo perder la visión del verdadero significado del amor el cual cambié por una simple relación carnal con mi secretaria.
Fue este motivo o “pecadillo” el que hizo perder la sustentación de una de las columnas de mi ser. Mi vida se resquebrajó y quedé expuesto a la manipulación y posterior traición de Rebeca que finalmente desembocó en el total derrumbe y perdida de mí reputación, de líder y esposo, que tanto me había costado alcanzar.
Hágame caso, cuide los cimientos y columnas de su vida.
Las puertas se cerraron, me senté en una de los asientos del vagón y casi de inmediato el tren se puso en movimiento.
Poco a poco el tren tomó velocidad y dejando la estación atrás, ingresó en el oscuro túnel mientras a lo lejos se escuchaba fuerte y claro el lejano y tembloroso lamento de un blues.
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