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El chofer, con cara de pocos
amigos trató de impedirlo cerrando la puerta aunque él, con su habilidad para
esquivar golpes y la experiencia que le trajeron los años en la calle, logro su
objetivo.
-
Jefe, déjame vender estos llaveros con el escudo del
glorioso – dijo, con voz gangosa, mostrándole al chofer su cajoncito repleto de
llaveros con el escudo de un equipo de fútbol.
Instintivamente y con habilidad
de mago deslizó a modo de soborno, en el bolsillo de la camisa del conductor,
una de sus preciadas mercancías.
El chofer lo miro unos segundos
de reojo y tras de esbozar una sonrisa dijo:
-
Dale, vende nomás campeón.
Con los ojos vidriosos, el anciano
sonrió mostrando sus pocos dientes y repitió henchido de felicidad:
-
¡Campeón! ¡Campeón!
De pronto, como surgido de otras
épocas, el grito de campeón, campeón, retumbó nuevamente en sus oídos.
Alzó la vista hacia el grupo de
pasajeros y descubrió que todos lo ovacionaban repitiendo al unísono campeón,
campeón. La gente se abalanzaba pidiéndole autógrafos mientras un par de
modelos, que con diminutos atuendos se abrieron paso entre los presentes, se
tomaron de sus musculosos brazos y comenzaron a besarlo.
Un grupo de fotógrafos, vestidos
con traje y corbata, registraban con sus cámaras el evento sin precedentes.
¿Cuanto tiempo había pasado? ¿10,
15, 40 años? En contra de lo que había pensado durante todos estos años sus
seguidores no lo habían olvidado. Estaban ahí, junto a él.
¿Y cómo se iban a olvidar del
gran Nicasio Noriega? ¡El único e indiscutible campeón nacional de peso pesado!
Portada de las revistas especializadas y periódicos por más de cinco años
seguidos. Aquel que tenia las mujeres que quisiese y tiraba billetes, de los
verdes, al público presente mientras todos festejaban con el burbujeante
“champú” francés después de cada pelea ganada…
Un grupo de curiosos rodeaban el
lugar estorbando el paso de un doctor y dos paramédicos que se abrían paso con
una camilla. Metros más allá el chófer, tomándose la cabeza con ambas manos y
mirando la ensangrentada rueda trasera del bus, repetía a un policía:
- No fue culpa mía…El colectivo
estaba lleno… se cayo… Le juro que se tropezó y se cayo del vehículo. No pude
evitar que la rueda le pase por encima.
Dos paramédicos levantaron el
cuerpo sin vida sobre la camilla y se dirigieron a la ambulancia mientras el
doctor pregunta al policía:
-
¿Sabe quien es?
-
Negativo. No portaba documentación.
-
¿Alguno de ustedes sabe como se llamaba?- preguntó el
galeno a los presentes, entre ellos un grupo de vendedores que se había
acercado a curiosear.
-
Su nombre no se… pero le decían el campeón- respondió
un lustra botas.
-
Y bueno oficial… otro más para las estadísticas. Si en
una de esas averigua su nombre me pasa- dijo el medico escribiendo en el
certificado de defunción, en el lugar del nombre del occiso, N N, alias “el
campeón”.
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ResponderBorrarMuchas gracias por el comentario, aunque una pena que venga de un anónimo.
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