Desde hace varios días se puede ver el ajetreo propio de esta época del año. Los arreglos luminosos en casas y calles, los comerciantes ofreciendo sus productos y, por supuesto, las personas comprando obsequios y alimentos para preparar la “gran comilona” navideña que compartirán con sus seres queridos.
Inmerso en este ambiente festivo que dice ser de paz, amor y comprensión, caminaba por una calle, bastante iluminada por los arreglos navideños, cuando note que una de las casas no tenia adornos ni luces. A unos pasos de mí caminaba una madre con su hija. La niña, que había notado este hecho, preguntó a su madre el porque aquella casa no tenía adornos a lo que la madre respondió:
Pobres..., de seguro no han de ser cristianos. Cuando vuelva Jesús esas personas no se salvaran.
Esa contestación me ha llevado a reflexionar sobre lo que Gandi dijo una vez:
“El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás el mismo respeto que se tiene por la propia”.
La respuesta de aquella madre, aunque llena de fe, lamentablemente no encierra ningún tipo de respeto hacia la creencia ajena, como tampoco, amor al prójimo sino un encubierto desprecio hacia este.
No se si, como dicen algunos, el juicio final esté próximo pero cuando este ocurra no creo que el Gran Hacedor se fije en nimiedades como, de que color era la persona, en que país vivía, o que religión profesaba sino que sopesará en la gran balanza, las acciones positivas y negativas de esa alma durante su existencia.
Las divisiones mezquinas son producto de intereses sectarios de los hombres, no del Gran Hacedor.
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