Estoy seguro que nos horrorizaríamos si un día cualquiera leyéramos en un periódico la noticia de que se ha encontrado una persona que ha sido encerrada por varios años en un cuarto y encadenada a la pared por el simple hecho que la segunda no quería que la primera se aleje.
Un hecho como éste es aborrecible y el perpretador debería ser castigado por ello. Sin embargo esto mismo, aunque de una manera más sutil, es mucho más común de lo que nos imaginamos.
Cuantos de nosotros, alguna vez, hemos estado sujetos con los lazos del chantaje emocional o el egoísmo que, si bien no son visibles a simple vista, son más poderosos que la cadena más fuerte.
Aunque puede ser en forma inconciente y “con la mejor buena voluntad”, estas cadenas son puestas por personas muy cercanas a nosotros que se las arreglan para hacernos sentir con complejo de culpa si no hacemos lo que su capricho dicta, impidiendo que podamos actuar por nuestros propios medios y marchar por el sendero de nuestra realización. A la superación y evolución de nuestra alma.
Cuantas veces hemos escuchado “si te vas me suicido”; “claro... te vas porque no te importo... ¿que va ser de mí ahora?”; y tantas otras frases o simples pero efectivos gestos, que hacen que nos sintamos tan culpables que nos auto obligamos a guardar nuestro matul, lleno de proyectos e ilusiones, y volver sin protestar bajo la sombra de nuestro carcelero “que tanto nos ama”.
Los motivos que pueden tener estos guardianes pueden ser varios, entre ellos, que hayan sido educados con la idea errónea de tener muchos hijos para ser mantenidos en la vejez.
Estos progenitores son los que suelen enrrostrar “todo” lo que hicieron por nosotros sin entender que los hijos no son objetos de su propiedad y que simplemente han sido prestados por la vida para que se les enseñen las pautas para poder seguir, con el tiempo, su propio camino.
Otro tipo de “carcelero” son los “protectores”, que piensan que si el “ser amado” no hace lo que ellos dicen este cometerá los mismos errores que él cometió en el pasado.
Debemos entender que nadie es dueño del destino nadie, por más buenas intenciones que se tengan. Todos tenemos la obligación de seguir el camino escogido por nuestro libre albedrío y sin que nadie interfiera en él. Ese sendero es solo nuestro y, por ello, solos debemos tropezarnos y sortear todos los obstáculos que en él se encuentren.
También podemos encontrar entre estos carceleros a personas que tienen la autoestima tan baja, posiblemente por haber sido victimas a su vez, que se pegan como sanguijuelas a la otra asfixiándolas, impidiéndoles ser ellas mismas y sometiéndolas al chantaje emocional cuando las segundas ya no resisten la convivencia.
Hay una frase que dice:
“Si amas a alguien debes dejarlo ir, si el ser amado regresa es que el amor era verdadero”
Esto no quiere decir que el ser amado debe volver por medio de un chantaje emocional, sino que, vuelve porque luego de recorrer un trecho del camino de su vida está preparado para hacerlo.
Si realmente amamos a alguien no podemos obligarlo a que viva bajo nuestra sombra porque al vivir bajo nuestras pretensiones no podrá jamás realizarse como persona, del mismo modo que una fruta que madura a la sombra del árbol no tiene el mismo sabor que la que lo hace expuesta a los rayos del sol.
Como dije al principio, las cadenas que utilizan estos captores son muy poderosas. En ellas se encierran muchos sentimientos que el prisionero tiene por su guardián, sentimientos que son utilizados tan hábilmente que hacen que las cadenas sean cada vez más fuertes a medida que se intenta huir. Sin embargo la llave de estas cadenas esta guardada dentro de nosotros mismos. Somos nosotros los que debemos horrorizarnos de estar encerrados y encadenados a los vaivenes de otra persona, buscar muy dentro de nosotros, y luego de reencontrarnos abrir los grilletes que nos unen a ese mal llamado amor y escapar de él sin sentimiento de culpa alguno.
La salida está en nuestras manos. Podemos escapar y seguir nuestro camino a la luz o agachar la cabeza y vivir la vida que nos imponen hasta nuestro ultimo día, o hasta que, rotas por algún motivo las cadenas, usemos a estas para encadenarnos a otra persona convirtiéndonos en su carcelero.
Ninguna persona, por más grado de filiación o allegada sea a uno, tiene el derecho de convertirse en el titiritero que manipula los hilos de nuestra vida.
Solo yo soy el dueño de mi propio destino.
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