Cuentos en el blog

martes, 29 de diciembre de 2015

Margarita (Cuento)

                                         A Margarita B. Arias, con eterna gratitud
                                                                               
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Llovía. Las frías gotas golpeaban los cristales del viejo taxi y resbalaban sobre él, reflejando y distorsionando a su paso las luces de neón que iluminaban la calle desierta.
Sin saber por qué, me orillé, detuve el motor, y me quedé mirando sin observar a ningún lugar en particular. Esperando que el día despierte.
Desde niño, y en especial durante mi adolescencia, me fascinaron los días de lluvia, al igual que las noches, para escribir. Creyendo, tal vez, que las musas o los duendes de la escritura bajaban del cielo en las gotas para contarme al oído aventuras de viajes realizados a lo largo del mundo, mientras la “nave” que los trajo a mí, solamente era una pequeña nube de vapor.
—¿Está libre? —preguntó una mujer, que de la nada apareció junto a la puerta del vehículo.
Destrabé el cerrojo y abrí la puerta trasera dejando que la mujer subiera.
Baja de estatura pero con una marcada elegancia, la mujer, quien desde el primer momento me pareció familiar, se sentó y mientras se quitaba el pañuelo que llevaba atado a la cabeza me indico la dirección a la que deseaba ir.
—Parece que está parando de llover —indiqué como forma de iniciar una conversación mientras la observaba por el espejo retrovisor.
—Así es. Una pena…
—¿Una pena? ¿Le gusta la lluvia?
—Tardé mucho tiempo en apreciarla. En entender que aquellos retrasos en mi itinerario por su causa eran una bendición. Un momento para reflexionar. Un momento para compartir, un momento para enseñar y trasmitir.
—Habla como filosofa. ¿Acaso es profesora de filosofía? —pregunté teniendo en cuenta que la dirección a la que nos dirigíamos correspondía a una antigua escuela de altos estudios.
—No. Era profesora de historia, pero hace unos años que ya no ejerzo.
—Entiendo, se jubiló.
—Algo así.
—¿Lo extraña? ¿Extraña enseñar?
La mujer sonrió y luego de un momento respondió.
—Extraño a esos ruidosos adolescentes que con sus preguntas capciosas me sacaban de mis casillas obligándome a estar bien preparada e informada. Recuerdo en especial a un estudiante de cabello castaño claro, alto y delgado, quien con otros dos compañeros iban a la biblioteca de la alameda especialmente para buscar información que pudiera contrariar a la próxima clase que yo debía dar.
—¿Quién le dijo?... ¿Cómo se enteró? —dije tartamudeando, como si el tiempo hubiera retrocedido y esperara una fuerte reprimenda de mi profesora.
—Es que íbamos a la misma biblioteca, pero como yo me encontraba en la sala de lectura para fumadores nunca supiste que era yo quien los espiaba a ustedes y sus travesuras. De hecho sin darse cuenta aprendieron y mucho.
—¡Profesora Margarita!... ¡Qué sorpresa verla! —dije efusivamente.
Al mirarla detenidamente, no había duda. Aquella mujer, para quien el tiempo poco había pasado, era sin lugar a duda mi querida profesora de historia del segundo y tercer año de secundaria.
—La sorpresa es mía al verte detrás del volante de un taxi —dijo con mirada recriminadora—. Recuerdo que deseabas ser arqueólogo. No es por menospreciar el trabajo que realizas pero siempre pensé que te convertirías en un historiador o un escritor. Recuerdo que una vez hablamos sobre el tema.
—Puede decirse que esa época donde creía que debía huir del bullicio del día a día y viajar a un mundo de aventuras y sueños, para volver con estos, crear y volcar el resultado en las hojas de papel para que lectores de todo el mundo los tomen como suyos y puedan seguir construyendo “sus sueños”, ya se acabo. El tener que llegar a fin de mes y enfrentarse finalmente a la cruda realidad de que uno tiene que vivir para trabajar, y no a la inversa como debiera ser, dieron por tierra con todos mis sueños…
—¡Fernández! —dijo imperativamente la profesora marcándose en su frente la línea en “V” que denotaba su grado de furia y que bien conocía—. ¿Quieres ser como don Quijote, quién murió al dejar de soñar? Es cierto que no podemos vivir eternamente en la irrealidad, como el personaje de Cervantes, pero tampoco podemos prescindir de nuestros sueños, a los cuales el mundo debe el avance tecnológico que hoy tenemos. Solamente se debe tener un cable a tierra con el cual comparar la fría y mundana realidad con nuestro mundo soñado. No debemos bajarnos o soltar a nuestros sueños, debemos aferrarnos a ellos aunque todo conspire contra nosotros, ya que no sabemos adónde estos nos puedan llevar.
—Pero profe… Es difícil vivir de la escritura salvo que uno tenga la suerte de escribir un best seller.
—¿Profe? ¿Acaso estamos en la escuela para que me llames así? Pero… ya que lo decís, quiero que me escuches atentamente: Sin sueños no somos más que un pedazo de carne ciega que vaga sin rumbo durante toda la vida.
—Sé que tenés razón, Margarita, pero es muy difícil cumplir lo que decís.
—Escuchá bien Eduardo. Hace muchos años una profesora me entregó un papel con dos frases que me acompañaron desde ese momento. La primera, de autor anónimo dice “Con esfuerzo y esperanza todo se alcanza”, y la otra del romano Tito Livio, que dice “Cualquier esfuerzo resulta ligero con el hábito”. Puede que al principio sea difícil y debas compartir tu pasión y sueños con tu actual fuente de ingresos. Sin embargo, gracias a tu trabajo, dedicación y fe en ti mismo, llegará el día en el que los sueños dejen de serlo… nunca dudes de ello. Sé que así será.
—Sin darnos cuenta ya llegamos —dije señalando el gran portal de la universidad a la que nos dirigíamos—. Como siempre, disfruté mucho nuestra conversación. Me alegró mucho volver a encontrarte. ¡Ojalá se repita!
—Por ahora no lo creo… debo partir.
—De seguro, aprovecharás que estás jubilada y viajarás a Egipto como siempre lo deseaste. Pero a tu vuelta… tal vez…
Margarita no dijo nada, simplemente sonrió y comenzó a buscar en su bolso.
—Ni se te ocurra pagarme —dije firmemente—. El estar estos minutos conversando es la mejor paga que he recibido en mucho tiempo. Además nunca tuve la oportunidad de agradecerte todas tus enseñanzas, esfuerzo, dedicación, aliento, en fin, todo lo que hiciste por mí en los años que fuiste mi profesora. Porque aunque no quieras que te llame así tu siempre serás mi profesora ¡y con mayúsculas!
—Gracias. Gracias por acordarte de mí.
—Nunca podré olvidarte. Mi gratitud será por siempre.
Margarita descendió del taxi y se alejó.
Había dejado de llover y los alumnos de la universidad comenzaban a llegar aunque todavía el día no quería despertar.
Bajé la bandera del taxímetro cuando una joven hizo la parada.
Luego de unos minutos la mujer dijo:
—Disculpe, alguien olvidó su billetera.
—Gracias, señorita, debe ser de mi profesora de historia que se acaba de bajar. En cuanto pueda se la devolveré. De seguro en la universidad sabrán su dirección —dije, luego de verificar que dentro se encontraban su cédula de identidad y unos pocos billetes.
Había pasado el mediodía y el sol ya se abría paso entre las nubes cuando regresé a la universidad y luego de estacionar me dirigí al portero.
—Buen día señor. Hoy traje de pasajera a una profesora jubilada que se olvidó en mi taxi su billetera. ¿Podría darme su dirección?
—¡Por supuesto!¿Cómo no voy a darle lo que pide? Es raro ver que alguien devuelva algo en estos días… la mayoría se la hubiera guardado ¿Cómo se llama la señora?
—Margarita… Margarita Arias.
—¿Está seguro que es de ella? Hace tiempo que no da más clases en la institución.
—Este es su documento, además, la conozco. Fue mi profesora—dije orgulloso.
—Si usted dice, voy a ver si su dirección todavía está en el archivo. Aguárdeme.
Quince minutos después, el portero, regresó con una dirección escrita en una hoja de papel.
—Esta es su última dirección… ¿Está seguro que era Margarita?... Tal vez era su hija… Bueno, no me haga caso y dele mis saludos.
Leí lo escrito y de inmediato reconocí la dirección donde al parecer siempre vivió la docente.
Sin demora, encendí el taxi y luego de dos horas llegué al lugar.
La tarde comenzaba a caer y los álamos que se encontraban sobre la vereda, a lo largo de la empedrada calle, alargaban sus sombras como queriendo recibirme con un abrazo. Más allá, la vieja casona, bastante deteriorada y mucho más pequeña de lo que recordaba, todavía lucía la pintura rosa deslavada por el tiempo.
Al tiempo que un ruidoso tren pasaba a mis espaldas, abrí el viejo portón que daba paso al enmarañado terreno, donde otrora se encontraba el frondoso jardín, y me dirigí a la puerta de entrada.
—Disculpe —dijo una mujer de unos cuarenta años desde la vivienda contigua—. ¡La casa no se vende!
—No deseo comprarla, sólo deseo devolverle algo a la dueña… La profe Margarita… que esta mañana...
La joven interrumpió mis palabras, molesta:
—No tengo tiempo para bromas. Y si de verdad la busca, no es este el lugar donde encontrará a mi madre.
—¿Usted es su hija? —dije acercándome al cerco que dividía a las dos casas—. Soy Eduardo Fernández, fui alumno de su mamá hace varios años, inclusive me acuerdo de usted y de su hermano una vez que vine con dos compañeras. Hoy a la mañana subió a mi taxi y se olvidó su billetera y solamente quiero devolvérsela. ¿Se la puede entregar?
La joven tomó con desconfianza la billetera de mis manos y al abrirla palideció visiblemente.
—¿Esto es una broma? ¿Cómo consiguió esta billetera? —preguntó visiblemente alterada.
—Ya le dije. Ella la olvidó en mi taxi.
—Eso es imposible… Ella murió hace treinta años.
Está de más decir que quedé petrificado en pie por unos largos segundos. Mecánicamente, me despedí entregándole una tarjeta del radio taxi, subí a mi vehículo y partí a toda velocidad. No sé cómo, dos horas después llegué a mi hogar, me metí a la cama y dormí.
Desperté al día siguiente con el ruido de las fuertes gotas golpeando las tejas del techo de la habitación. Me vestí y en vez de dirigirme al taxi, encendí la vieja computadora y comencé a escribir.
Una vez leí que nuestros sueños no son sólo tales, sino, etéreos hilos de luz que nos guían hacia el camino por donde debemos transitar.

Si esto es cierto, y lo vivido fue sólo un sueño, mi profe… Margarita, encontró la manera de ser uno de estos hilos… y por siempre le estaré agradecido.

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