En el primer caso, que puede ser debido a la propia elección o un hecho circunstancial, es remediado fácilmente abriendo las ventanas o, simplemente, disfrutando la quietud de la soledad. Un sillón mullido, un buen libro, y una suave música, son para mí más que suficiente remedio para este tipo de soledad.
El estar rodeado de nadie, para mí la soledad más perversa, es mucho más frecuente aunque insistamos en no notarlo.
¿Como uno puede estar rodeado de nadie? Esto aunque parezca un contrasentido no lo es.
Día a día, cuando nos encontramos inmersos en la vorágine de la ciudad, donde la gente que va y viene, atesta los ómnibus, calles, autopistas, lugares públicos, creando la ilusión que nos falta el aire de tantas personas que nos apretujan con sus cuerpos hacinados, nos auto convencemos que no estamos solos, pero en realidad, toda esa muchedumbre que nos rodea, empuja y pisa, no es más que un grupo de fríos “fantasmas” que solo comparten, con nosotros, un espacio físico.
Otra manera de este tipo de soledad es cuando por razones laborales, sociales, etc., estamos obligados a insertarnos en un grupo con el cual no compartimos los mismos intereses o ideales, quedando automáticamente excluidos aunque todos finjan una supuesta integración.
La sociedad nos ha impuesto la figura que “estar solo” es malo, antisocial, e insano, pero... ¿Que tan sano es rodearnos de personas que solo llenan de ruido nuestras vidas compartiendo solamente un espacio físico?
Como dije en una oportunidad: “el agua y el aceite no se mezcla, solo se emulsiona” por ello aunque insistamos en rodearnos de gente, ir al shoping, o discotecas, no quiere decir que no estemos solos. Si los individuos con los que compartimos no son compatibles con nuestra esencia solo seremos una gota de agua en un charco de aceite.
No debemos temer estar solos, ni mucho menos desesperarnos por ello. Solo debemos aquietar nuestro espíritu y disfrutar de la quietud, mientras discurrimos naturalmente al manantial oculto a donde pertenecemos.
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