Esta historia comienza cuando un niño de trece años, al que llamaremos Juan, luego de la cena se sentó a ver la televisión encontrándose con el famoso aviso de “a partir de este momento finaliza el horario de protección al menor...”
Para Juan, este aviso, significaba una barrera infranqueable ya que a partir de ese momento vendría la programación de “adultos” y a él, por ser niño, solo le quedaba ir a dormir.
Contrariado con lo que creía un pisoteo a “sus derechos” enfrentó a su padre a quien preguntó:
¿Por qué no puedo ver ese programa? ¿Que es ser adulto? A lo que su padre respondió: Adulto es aquella persona que ha llegado a su mayor crecimiento o desarrollo tanto psicológico como sexual. O sea, es una edad en la cual se tiene la capacidad y todas las herramientas para tomar “decisiones correctas”. Cuando cumplas diez y ocho años serás adulto y podrás ver los programas que desees.
Fue desde ese momento que Juan se desesperó por crecer para alcanzar la tan deseada mayoría de edad. No era para menos, ya que el día en que cumplía diez y ocho años tendría derecho a muchas cosas vedadas hasta ese momento, como votar, beber bebidas alcohólicas, y lo más importante, quedarse después de hora a ver la televisión.
Días, meses y años pasaron hasta que finalmente llego el ansiado día en el que Juan cumplió diez y ocho años. Ya tenía la capacidad de tomar “sus” propias decisiones porque, como dijo su padre aquella vez, “ya era mayor”
No obstante, la euforia duro poco, y aunque desde ese día tuvo permiso para votar, trasnochar, beber, y para hacer otras actividades vedadas hasta ese momento, con un fuerte golpe en la cabeza y siete puntos en la frente, producidos al chocar su nuevo automóvil al que conducía luego de tomar algunas latas de cerveza, se dio cuenta que a pesar de tener más instrucción y edad que un adolescente, seguía tomando decisiones tan o más desacertadas de las que había tomado años atrás.
No te preocupes, le dijo un tío mal escondiendo una sonrisa burlona, es normal que a tú edad te equivoques, mucho camino debes andar todavía.
Sin embargo ese “consejero”, que tenia muchos años más que Juan, acababa de divorciarse de su tercera esposa.
Juan, tras escuchar a su tío, se retiró a un rincón en donde se encontró con su abuelo a quien pregunto:
¿Acaso que al cumplir diez y ocho años uno llegaba a ser adulto y tenia el conocimiento y las herramientas para tomar las decisiones correctas? ¿Alguna vez somos adultos del todo?
El abuelo, se sonrió, le dio una palmada en la espalda y respondió:
No lo se...En ciertos aspectos crecemos, adquirimos conocimientos, tomamos decisiones pero, por mucho que crezcamos y nos hagamos mayores, siempre tropezamos con alguna piedra del camino. No importa cuantos años tengamos, nunca, en el transcurso de nuestra vida terminamos de equivocarnos y aprender de nuestros errores. Precisamente, el equivocarnos, reflexionar y aprender de ello es lo que nos hace humanos.
Pero abuelo, eso quiere decir que independiente a la edad que tenga una persona nunca tendrá todas las herramientas para tomar decisiones acertadas, o sea que ¿nunca llegaremos a tener un grado total de madures y de conocimientos? ¿Jamás seremos adultos totalmente?
El anciano miró a Juan, apoyó su ajada mano sobre el musculoso hombro de su nieto y con una sonrisa en los labios le respondió:
Yo no me preocupo por ello. El que cada día podamos equivocarnos instruirnos con ello, es el mayor regalo que nos puede dar la vida. Al tener siempre una lección que aprender quiere decir que no hemos crecido lo suficiente o lo que es igual a ser por siempre jóvenes.
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